13 diciembre 2009

EL ESCÁNDALO DE LA CRUZ

Recuerdo que durante toda mi vida he llevado una medalla colgada al cuello, sin duda producto de la fe transmitida por mis mayores; la primera, ya desaparecida, era de plata y la limpiaba entre mis manos con un poco de bicarbonato la mañana del domingo buscándole los reflejos originales, antes de acudir a misa; un ritual similar al de darle albayalde a las viejas zapatillas blancas de lona. Después de aquella vieja medalla, me regaló mi madre un crucifijo de oro, el cual no me lo he quitado del cuello desde entonces. Llevo esta cruz en al pecho porque es para mí un símbolo de la fe que profeso en mi corazón, fe en Cristo crucificado y resucitado, redentor de la humanidad, del que cree y del que no.

Soy de los que piensan que el maridaje iglesia-estado es una mixtura tan imposible como la del aceite y el vinagre: una busca el clientelismo y el otro la docilidad. En mi opinión, creo que lo vivido en España en la etapa del franquismo ha sido una gran hipocresía que en nada favorece a la fe, la cual se contagia por el ejemplo. “¡Mirad cómo se aman!”, decían de los primeros discípulos de Jesús. Hoy como ayer, la misión del cristiano es ser luz y sal, dar testimonio con su vida.

La cruz fue escándalo para los judíos y locura para los paganos (1Cor 1, 23), y hoy son muchos los que quieren erradicar la cruz de todo lugar visible, porque la cruz sigue siendo escándalo para quienes no creen en Jesucristo. La escuela y todos los edificios públicos están amenazados con dejar de lucir ese símbolo que es además cultura enraizada desde antiguo.

No sabemos si paulatinamente esa fobia a la cruz acabará también con las cruces que coronan algunos de nuestros montes –sin duda lugares públicos-, las que sirven de guía al Camino de Santiago, las que coronan los campanarios, las que procesionan en Semana Santa; tampoco sabemos si descolgarán en su día el Cristo de Velázquez del Museo del Prado –también lugar público- y las numerosas pinturas religiosas de Zurbarán, Pacheco, Ribera, Murillo y muchos otros de las pinacotecas españolas.

A modo de terapia, voy tres veces por semana a una piscina pública, siempre con mi cruz al cuello, pero hace unos días me dijeron que una nueva norma prohibía entrar en el agua con la cadena, ya que en caso de caída puede rayar el vaso impermeable del recubrimiento, lo que se conoce como estructura “liner”, hecha con un revestido de lámina de P.V.C. No me resistí, pero cuando lo hice me sentía desprotegido, desnudo, como si me hubieran obligado a despojarme del bañador. Desconozco hasta qué punto, si se me desprendiera la cadena con el ejercicio y el movimiento del agua, esa pequeña e inofensiva cruz podría rayar e incluso sajar el revestimiento del vaso piscina, pero no ha sido así durante los tres años anteriores a la entrada en vigor de esta norma. ¿No será que la cruz sigue siendo escándalo, aun en la privacidad de mi cuello?

1 comentario:

  1. Intento no tener ni filias ni fobias; creo que exageras mucho. "Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios".
    La escuela PÚBLICA debe ser totalmente laica.
    Suludos.
    Diógenes

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