Rasga el velo del local la
atmósfera del saxo
de Charlie Parker y la
música empapa
la noche de nostalgia en
blanco y negro,
de mustia soledad que se
ahoga
en copas sin fin y
cigarrillos o sus derivados
que hacen irrespirable el
ambiente.
En el viejo garito un puñado
de americanos
vocacionales y parroquianos
familiarizados
con el jazz, sould and blues, y la nocturnidad.
Por lo común, todos marcan
el ritmo
de las baquetas sobre la
caja,
con hombros, cuello, pies y
con los gestos
oscilantes de sus cabezas
que aprueban
y acompasan agitados.
Nadie ocupa la pista mínima
de baile,
pero todos sabrían enjuiciar
lo correcto;
por debajo y por encima de
los sones
del aparato reproductor,
conversaciones
anónimas, que se interfieren
o se contagian
de la gestualidad del aforo.
El club es un hervidero
forofo y apasionado,
donde se programa música en
vivo
para el fin de semana.