El sol camina recreándose,
muy lentamente,
y como enfurecido
por las muchas horas extras
a las que le somete el verano.
La ciudad está tomada
por voces extrañas
que fácilmente se integran,
de turistas y autóctonos
que saturan todos los espacios
en el plácido agosto de Marbella.
Todos ligeros de ropa,
todos uniformados vanamente;
los menos de ellos en la playa
y el habla como distintivo único.
Al atardecer, enrojecidos o renegridos,
se masifican en los veladores
que han tomado al asalto
las aceras del centro histórico,
mientras el pueblo se repliega
a servirles profesionalmente,
y quienes pueden permitírselo,
a imitarles en gestos y actitudes.
Cae la tarde. El sol va declinando,
y van tomando lentamente asiento
los planos oscuros y mi retirada.