En el ámbito gris de noviembre,
un resplandor sesgado baña el paseo
y deslumbra mi apacible espera.
No hace frío, pero ya se ha esfumado
la calorina extraña de días pasados,
y resulta más afable y apetecible pasear.
Algunos están sentados en las terrazas:
unos con desayunos retrasados y opulentos
y otros aperitivos que adelantan el medio día.
En el periódico late el pulso del mundo:
su disparidad desasosegada e inquieta
habla de sus espinas y sus infortunios.
A lo lejos, unos operarios se afanan
en instalar las luces de la Navidad,
todavía en silente y oscura quietud.
El mundo es una trémula máquina
de negra y malvada disparidad:
unos a lomos del bienestar y otros…
Otros, con gesto lastimero y mano extendida.

















