Pasó la lotería de largo y sin ser vista,
como cantinela monótona y añeja
que nos devuelve a la infancia.
Nació el Niño,
pero sigo aferrado al mundanal ruido
y me cuesta abrir las puertas
de par en par
para que una ráfaga
traiga hasta mí una renovación
a la que me resisto empecinadamente,
a pesar de mi mismo.
Cerraré el año con alguna prueba diagnóstica
e inauguraré el siguiente
con un corazón expectante
a los resultados.
A la rutina de propósitos para el nuevo año
le pasó de soslayo saltos y brincos
en la dieta recomendada,
mientras celebro estas últimas páginas del calendario;
y todo ello envuelto en cánticos desentonados,
viejas melodías y mímesis de años anteriores.
Gozo de los presentes
y añoro a los que transitaron,
empeñado en que no pasen al olvido.
En breve, cuando avance enero,
-todavía con molestias gástricas-
me habré olvidado de los propósitos
para seguir siendo el mismo,
incumpliendo las promesas de estos días
y sin corregir los errores.
Rutina: un desencuentro
que no me permite avanzar
y que me ancla en mis defectos por siempre.












