A
Carmen Martagón Enrique, “Martagona”.
Con los deshilachados
de este maravilloso libro de cuentos, un centón,
un híbrido en forma de poema, para agradecer a mi gentil amiga el regalo de su
prosa a domicilio.
Instantes de cordura,
locura, dolor, miedo
e incluso recuerdos pasados;
enferma de imaginación,
supe que te amaría el resto
de mi vida
por encima de nuestras
diferencias
o rancios cánones sexuales para
enseñarte a amar.
Las cartas y las llamadas se
fueron espaciando,
te habías convertido en
alguien reconocido
y entre una larga lista
habías nombrado París;
parecía haber perdido la
cabeza e insistía en buscarla…
En los libros nadie envejece…
Casi cuarenta años atrás
tomó aquél tren hacia un
destino equivocado
─esperó con el amor intacto─
para escapar de su triste
realidad.
Los primeros insultos hacia
él llegaron aquel día
que le pilló los ojos
maquillados
y le devolvió los retazos
infantiles que se habían descosido.
Ensayaba sonrisas cada día.
Tuvo miedo, mucho miedo;
cada primavera, me gusta
saber que regresa
cuando el sol asoma entre la
arboleda del parque;
en el banco, un sobre sin
nombre,
alguien habló de rapto, no
he olvidado tu olor
ni la suavidad del dorso de
tus manos;
había decidido pasar unos
días
ofreciendo lo mejor de sí
mismo mientras escribo:
la risa y la alegría no
necesitan apelativos.
Aquella fue la última vez
que recordó quién era,
ataviada con su vestido
blanco,
adoraba sentarse en las
tardes de invierno junto a la chimenea;
cada relato cobraba vida en
su voz.
En la playa, seres inocentes
buscando la tierra prometida,
a esa hora, una manta azul
se secaba al sol
y se ha convertido en
rutina,
me ha pedido que viniera en
su lugar.
Fue un vendaval en la
existencia,
una tormenta tan oscura como
su hermosa melena,
entraba y salía de mi vida
como un fantasma y,
de repente, la oscuridad
absoluta;
así de efímera puede ser la
vida de una sencilla gota.
Se enamoró tantas veces de
la persona equivocada…
Una auténtica tortura despacio
hacia la muerte,
llevando consigo la
fragancia de su leve paso por este mundo;
tratando de incorporarse,
ofreciendo su cuerpo
la lujuria les convierte en
animales;
era como tener clavado un
hierro ardiendo en sus entrañas.
Los niños, testigos
inocentes de la locura humana,
siempre parecen asustados;
mamá no dice nada, solo
llora,
esa misma madrugada, papá
había sido fusilado,
cumpliendo una sentencia eternamente
suya.
Esos episodios, salvaron la
vida a familias enteras,
para entonces ya le había
entregado su cuerpo y su vida;
para ellos seguía siendo la
otra;
conocía perfectamente el
exterior y no le gustaba,
pero no hubo manera:
podía sentir que le faltaba
algo,
todos esos detalles pequeños
que hacen la vida más grande.
El miedo había conseguido
paralizarla,
parecía derrotada:
hay víctimas que sobreviven,
pero sus secuelas son, a
veces, peores que la muerte.
Bonita forma de agradecer la lectura de un libro amigo.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
La lectura y el propio libro a domicilio como obsequio, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
No tengo palabras... Me ha emocionado leer frases conocidas y repasadas, tan maravillosamente enlazadas. No sé qué decir excepto, gracias de todo corazón. Un abrazo grande.
ResponderEliminarDesde que leí los tres primeros cuentos supe que haría un centón para ti, porque me parece una bella forma de agradecerte tu genialidad creativa y tu generosidad para conmigo. Si te ha gustado, si te ha emocionado, ya estoy recompensado.
EliminarUn fuerte abrazo.
Enhorabuena a Carmen Martagön Enrique por este nuevo libro y a ti por haber conseguido enlazar " sus palabras" en este homenaje que le haces. Un abrazo a los dos.
ResponderEliminarGracias, Chelo, por tus amables palabras.
EliminarUn abrazo