¿Por qué tratarles de
números abstractos
cuando se concretan con
nombre y apellidos?
¿Por qué, teniendo como
tienen
un genotipo único en la
historia
e irrepetible en las ramas
de la genealogía?
Antonio es desde hoy un
parado menos,
un alentador número
estadístico
que habla de cómo España va
bien:
unos se evaden por las fronteras
de la ilusión
hacia países y climas
desconocidos
y otros, los machacados por
la vida,
se quedan ciegos de mirar
sin esperanza
y sólo aciertan a ver la
ciénaga
por donde huir para siempre
de sí mismos.
Una semana después de Chari,
Antonio yace a virtud de la
ciencia
en el Anatómico Forense.
¿Qué buscan en sus entrañas si
él ya no está ahí?
Antonio tampoco está ya
entre los mendigadores
de trabajo y pan; ya no está
haciendo cola
ni ante la eufónica Oficina
de Empleo,
ni ante ningún dispensario
en el que laven
sus profundas y enquistadas
heridas;
mientras su llorosa esposa
solicita de Hacienda
un certificado de pobreza
rotunda
con el que poder darle
sepultura.
Su psiquiatra, un día, acabará
por destruir
el amarillento expediente de
quien
nunca más pidió consulta,
sin saber
que efectivamente cumplió la
amenaza
en la que el loquero nunca
creyó;
pasará el turno en la Institución
que hacía cola
y otro descartado social ocupará
su lugar;
no importa, hay abundancia
de números abstractos.
Ya eres parte del olvido,
Antonio,
un desfiladero que a todos
nos espera
y que sólo los
desesperanzados lo caminan
por iniciativa propia. No,
no quisiera hacerlo,
pero me retiro a mi
intimidad: necesito llorar.