Hace ya algún tiempo me preguntaba ¿hay alguien ahí? Y es que desde la soledad de la pantalla en blanco, de no recibir algún comentario, uno tiene la sensación de hablar en el desierto, por tanto, ser interpelado por mi lector y amigo Joaquín es justificante más que suficiente para abordar el tema que me solicita. No me considero aficionado, ya que este término, dentro del mundillo taurino, implica un conocimiento profundo del toro que yo no alcanzo, pero a porta gayola quiero manifestar mi gusto y admiración por esta manifestación artística que tan largo arraigo tiene en nuestra tierra.
Aunque la disputa de meses atrás sobre la concesión de la Medalla de Oro de las Bellas Artes a Francisco Rivera Ordoñez sólo sea materia secundaria en el tema central que se me propone, no quiero dejar de pasar la ocasión para calificar de mezquinos a todos aquellos que le han ninguneado el reconocimiento. Como sucede con ocasión de otros premios, Francisco no tiene la fuerza y torería indiscutible de su padre, Paquirri, y mucho menos la singularidad artística de su abuelo Antonio Ordoñez, pero creo que son unos cicateros aquellos de su profesión que han querido devolver sus galardones como oposición formal y frontal al reconocimiento.
“…Henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves del cielo y en todo animal…” (Gn 1, 28) ¿Acaso le da patente de corso Dios al hombre para obrar a su antojo? Evidentemente no, pero sí le autoriza a servirse de todo lo creado en su provecho. Y así desde siempre el hombre se ha alimentado de proteínas animales y ha usado de éstos para que le ayuden a roturar la tierra, como animales de tiro, de cetrería, de compañía, de diversión…
La tauromaquia se remonta a la noche de los tiempos y así se refleja en algunas pinturas rupestres; más tarde, en el imperio romano, es usado el toro para la lucha contra gladiadores y como diversión sacrificial contra los cristianos; desde la edad media se practica el lanceo de toros, pero será a partir del siglo XVIII cuando nazca lo que hoy conocemos como corridas de toros. Como comprendo que este espacio no es el lugar donde hacer un tratado -ni me siento capacitado para ello-, y como el interés está no en la tradición histórica -que no admite dudas-, sino en pronunciarse si se trata o no de un arte, afirmo rotundamente que lo es.
Si el torero se limitara a escapar de la acometividad del morlaco, si fuera un zafio matarife cuyo único objetivo fuera el de dar muerte al animal o un hábil combatiente en la arena del circo, difícilmente podríamos hablar de arte, pero cuando pone su destreza en expresar estampas fugaces que envuelven al miedo de virilidad plástica, cuando traza en el aire arabescos acompasados a la acometida de la fiera y es la inteligencia quien burla a la fuerza bruta, no dudo que ahí hay una expresión artística.
Quien practica un deporte de riesgo lanzándose al vacío desde un puente o desde una cima, sin duda, tiene arrestos para aguantar el subidón de adrenalina, pero carece de expresión artística. Hace ya bastantes años que tuve ocasión de ver un quite en Las Ventas a Rafael de Paula: una verónica y una media de cartel; escueto, efímero, pero no he podido olvidar la estampa. De él dijo Antonio Gala en su toreo hay una sutil música callada. No quiero extenderme con ejemplos como aquella memorable corrida en la plaza de toros de Marbella, en la que alternaban Antonio Bienvenida, Antonio Ordoñez y Joaquín Bernadó; o aquella otra con toros de Victorino Martín en la que lidiaban en Madrid Ruiz Miguel, Francisco Esplá y José Luís Palomar: toreros y ganadero por la puerta grande.
Algunos se plantean la prohibición de la fiesta taurina. Y como el arte de arte se retroalimenta, qué ocurriría con otras expresiones artísticas como la música, la literatura, la pintura. ¿Expurgamos las tauromaquias de Goya y Picasso? ¿Sacamos del repertorio operístico a la Carmen de Biset? ¿Qué nos quedaría del pasodoble? ¿Entregamos al barbero inquisidor El Cossio?
No cabe duda que la muerte del animal puede resultar repulsiva para muchas personas, sobre todo en estos tiempos en los que una buena parte de la humanidad está sensibilizada más que nunca con la conservación de la naturaleza y sus especies, pero las prohibiciones me encienden la alarma de dictadura a la vista. A mi entender, ante el panorama de quiénes son los promotores de esta iniciativa, es posible que el objetivo sea más político que conservacionista o misericorde, siendo lo importante marcar la no españolidad.
Acepto y entiendo -como bien sabes, sin compartir- buena parte del contenido de tu habilidoso y exquisito artículo.
ResponderEliminarCreo que no debo opinar más a fondo del asunto ni dedicarme a contra-argumentar tus buenas reflexiones, pues no olvido que no estoy en un foro de discusión sino en un bonito y elegante blog del que tú eres el artífice (artifice viene de arte) y yo sólamente un "seguidor" que procura "estar aquí" con mi mayor respeto, colaboración y afecto. Y creo que no debo salirme de esta línea.
Por otro lado, perdona el cierto compromiso en que te puse con mis dudas sobre considerar bella arte a la llamada "fiesta nacional"