A Isabel Martínez
Barquero
Acabo de recibir esta novela, con dedicatoria incluida, que me ha sugerido este poema en su primera página, es de justicia que se lo dedique a su autora. |
Nací una madrugada;
los bebés son de horarios inoportunos
y no quise ser una excepción.
Era, como hoy,
un remoto mes de abril
de un tiempo donde la escasez era lo abundante,
de modo que cualquier presencia
se hacía persistente no sólo por el estar
sino por la estela aromática,
esa que persiste en los sentidos
de forma imperecedera.
Ya no están más;
ya se hicieron inquilinos de las estrellas
o de algún otro lugar soñado como el Edén,
ese idílico jardín que mis padres merecen
y que con certeza habrán ocupado;
pero perdura en mi olfato
la vainilla y canela de mi madre
y la hierbabuena y jazmín de mi padre.
Con la herencia genética
me han dejado el penetrante aroma
de sus exquisiteces:
mi madre flaneaba vainilla
y compoteaba membrillos a la canela;
mi padre era una vara de mimbre,
un acicalado ramillete de jazmines
y un perifollo de hierbabuena
cada anochecer, a la vuelta de su labor labriega .
Cuando la pátina del tiempo emborrona las imágenes,
cuando el oído se empeña en ecos imposibles,
cuando los besos son muecas hueras y desvaídas,
cuando el regazo es cuna vacía,
cuando el tacto se hace insensible por el callo de la ausencia,
cuando la presencia es un farol apedreado,
en algún lugar recóndito de la memoria
el olfato es presencia viva que atesora
lo que para el resto de sentidos es un sinsentido.