19 enero 2010

HAITÍ

“…inestable era la tierra, innavegable era el mar y sin luz estaba el aire: nada conservaba su forma, cada uno se oponía a los otros, porque en un solo cuerpo lo frío luchaba con lo caliente, lo húmedo con lo seco, lo blando con lo duro y lo pesado con lo ligero”. (Metamorfosis, de Ovidio)

Con estas palabras define el autor el Caos anterior a la creación, posiblemente lo más cercano a lo que sugieren las imágenes que vemos en los medios de comunicación del terremoto de Haití. Me resulta inenarrable el dolor de tanta indefensión ante los estertores y arcadas de la madre naturaleza. Se dice que el impulso que ocasiona un terremoto es la búsqueda de equilibrio entre las fuerzas que se contraponen en el seno de la tierra por el movimiento de las capas tectónicas o por la ebullición de actividades volcánicas, íntimamente asociados con la formación de fallas geológicas. ¿Previsible? Posiblemente sí, aunque tampoco puedo afirmarlo; lo cierto es que resulta un fenómeno repetitivo en diversas zonas del globo, casi siempre coincidente con los asentamientos humanos más humildes.

Una semana después del terremoto, tras miles de muertos y millares de amputaciones, de heridas infectadas y centenares de desaparecidos bajo los escombros, de supervivientes vegetando al raso por miedo a nuevos temblores, de muertos sin sepelios a la espera de unas paladas de tierra, de hambre de una semana asociada a la pobreza endémica en la que ya vivían y sed imposible de saciar, un olor nauseabundo a muerte, orina y excrementos fluye entre los cascotes junto al primigenio instinto de aferrarse a la vida; el hambre se ha puesto el traje de comando y afila las uñas de la rapiña, lo que hace aún más difícil la distribución de la ayuda internacional, además de los inconvenientes de las infraestructuras desechas y la falta de combustible. Como siempre sucede, a los más ricos de la capital de Haití el terremoto apenas les ha afectado y continúan teniendo abastos almacenados.

Un cuerpo de ejército norteamericano se abre paso entre la desesperación de los supervivientes, tratando de imponer el orden, y las organizaciones humanitarias reparten mínimamente sus lotes de generosidad; mientras los políticos discuten celosos de protagonismo lo inapropiado de las formas hegemónicas. En Haití, como al principio de los tiempos, hoy lo frío lucha con lo caliente, lo húmedo con lo seco, lo blando con lo duro y lo pesado con lo ligero,seguramente a la búsqueda del equilibrio.

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