Aunque puedan parecer términos homónimos, hay ciertos matices que con frecuencia conducen lo legal y lo moral hacia caminos divergentes. La moral es un código normativo que pretende regular la vida buena, o como dice el diccionario, la “ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia”; por tanto, que afecta a la conciencia. Lo legal, por su parte, es lo prescrito por ley y conforme a ella, así que como tal pertenece a lo externo a las personas.
Mientras que las normas morales satisfacen la conciencia individual de cada persona, lo más íntimo de cada uno, las normas legales, sin embargo, son las que la propia sociedad se da en su ordenamiento jurídico y lo son de obligado cumplimiento para todos, independientemente de la moral que cada uno tenga. Esto nos conduce a que una ley puede ser legal, por haber sido sancionada por la institución legislativa competente, pero inmoral porque conculca la ley natural y con ello la conciencia de los individuos. Las primeras conllevan sanción por su incumplimiento, según tipificación de la propia ley; mientras que en las segundas la inobservancia sólo afecta a la conciencia.
Una ley como la del aborto, en sus cuatro supuestos actuales, obviamente no puede ser punible desde el punto de vista legal, pero es rotundamente inmoral porque acaba con la vida de una criatura, aunque ésta no haya alcanzado aún la terminología legal de persona. Los proabortistas apelan a la libertad de la madre, pero no deja de ser un mal sofisma, ya que la vida se nos otorga encadenadamente, desde el principio de los tiempos, en el seno materno desde el mismo instante en el que el cigoto ha tomado entidad con sus 23 cromosomas tomados a cada uno de sus progenitores: una criatura nueva, un ser que ya es singular, único, y que sólo hay que dejarle en paz para que pueda cumplir con su destino.
Treinta años después, la ley del aborto ha tomado cierta conformidad social, dado que todos tendemos erróneamente a pensar que lo legal es justo, es bueno. Con el paso del tiempo, las costumbres hacen que las personas vayamos viendo como natural algo que dista mucho de serlo y terminamos aceptando una inmoralidad sin haber discernido en ello.
La ley actual del aborto, y mucho más la que ahora se trata de implantar, es injusta y no obliga en conciencia, por eso es lícito defender los derechos morales frente a lo que considero un abuso legislativo. Personalidades tan señeras como Mahatma Ghandi, Martin Luther King y Nelson Mandela, entre otros, son emblemas de una resistencia heroica y moral a una ley injusta: recondujeron el ejercicio de la autoridad política a los cauces de la moralidad; no han sido personas antidemocráticas ni intolerantes, sino ciudadanos ejemplares capaces de hacer frente a lo que consideraban un abuso de autoridad. No tengo espíritu de líder ni me siento con fuerzas para emprender la lucha que creo que este asunto merece, pero no comulgaré con ruedas de molino.
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