Se hace un silencio expectante
y todavía no se ha levantado el telón
cuando el concertino repite una y otra vez
la nota 440: cuerda, metal, madera…
Una pausa seguida de un aplauso
recibe al director que se dobla
reverenciando al respetable.
Un silencio profundo anticipa
el primer gesto con la batuta
y una secuencia de notas,
como en caída libre en el torrente,
acaricia los oídos de la concurrencia.
Los ojos entornados muestran la visión interior
y conducen hacia el pensamiento del compositor
con el intimista mimo
de lo cuidadosamente creado.
Con un leve descanso, casi dos horas
transportándonos al paraíso de lo idílico.
Hay viajes que se anuncian a la estratosfera,
eso que muy pocos pueden pagar,
pero la música es el salvoconducto
que nos transporta al Edén,
sin movernos tan siquiera un grado de latitud
ni tampoco de asiento.