Al poniente enrojecido de la tarde,
las florecillas blancas del naranjo
y pisadas anónimas por la acera,
en un adiós impronunciado que se aleja.
En el cielo una queja sin respuesta
y una densa bandada de estorninos
con su estridente griterío de vísperas,
ensordece la tarde con su capote pardo
y su densa estola de inquietudes.
La luna aún es un presagio en espera,
una llegada demorada sin justificante,
y mi desasosiego se consolida agria,
con el desconsuelo de esta soledad
que habita en la despensa de mi pecho.
En el compás oscuro de mi esperanza,
solo a solas, la intriga de un encuentro
que no llega remotamente a producirse,
y el pulso acelerado y hasta desbocado
que vuelve a habitarme silenciosamente.