Me siento a sestear
a la sombra de un árbol
frondoso,
entorno los ojos, y la brisa
es caricia
en el bulle-bulle de mis meditaciones,
invitando a perderme en el
paisaje.
No para todos, el verano
equivale a desenfreno,
tampoco a fruición
ni a levedad de
pensamientos.
Hago por integrarme en la
naturaleza
esquivando el cercano ruido
del tráfico
y haciendo por oír el sigilo
con el que crecen la hierba
y las plantas
o se da el hibisco en flor
diaria
como el pan tierno de cada
día.
Hubo otro tiempo en que mi
diccionario
traducía verano como sol y
playa
y otras suculencias de
masas;
el tiempo todo lo remansa,
lo remece, lo acuna y lo
sestea.
Mi hoy es más pensamiento
que agitación
y, en ese sosiego,
─imperativo de la merma de
los años─
la reflexión y la paz en
cuerpo y espíritu.
Bendita paz. Besos.
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y comentar, Amapola.
EliminarBesos.
Que bueno cuando se puede saborear la Paz!
ResponderEliminarLa paz es un tesoro no oculto, algo accesible si nos empeñamos en perseguirla.
EliminarUn abrazo.
Cada edad tiene sus particulares expectativas.
ResponderEliminarSaludos, don Francisco.
Es evidente, Cayetano. Yo estoy en la etapa del sosiego, de los días de aplomo.
EliminarUn abrazo.