18 agosto 2016

EN CUERPO Y ESPÍRITU



Me siento a sestear
a la sombra de un árbol frondoso,
entorno los ojos, y la brisa es caricia
en el bulle-bulle de mis meditaciones,
invitando a perderme en el paisaje.

No para todos, el verano equivale a desenfreno,
tampoco a fruición
ni a levedad de pensamientos.
Hago por integrarme en la naturaleza
esquivando el cercano ruido del tráfico
y haciendo por oír el sigilo
con el que crecen la hierba y las plantas
o se da el hibisco en flor diaria
como el pan tierno de cada día.

Hubo otro tiempo en que mi diccionario
traducía verano como sol y playa
y otras suculencias de masas;
el tiempo todo lo remansa,
lo remece, lo acuna y lo sestea.
Mi hoy es más pensamiento que agitación
y, en ese sosiego,
─imperativo de la merma de los años─
la reflexión y la paz en cuerpo y espíritu.

6 comentarios:

  1. Que bueno cuando se puede saborear la Paz!

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    1. La paz es un tesoro no oculto, algo accesible si nos empeñamos en perseguirla.

      Un abrazo.

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  2. Cada edad tiene sus particulares expectativas.
    Saludos, don Francisco.

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    1. Es evidente, Cayetano. Yo estoy en la etapa del sosiego, de los días de aplomo.

      Un abrazo.

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