Cuando estoy, como en este momento, en lo profundo de mi casa y escucho música o leo, o leo y escucho música; cuando me pongo al teclado y brujuleo por entre los blogs amigos o leo los comentarios -siempre amables- que me dejáis; cuando vemos una película o conversamos mi esposa y yo, parece como si el mundo estuviera hecho a mi medida y se calza en mis sentidos como un perfecto guante de cabritilla hecho a medida.
“Es la Semana Fantástica y estás fatal de camisas, tenemos que aprovechar los restos del verano para comprarte algunas de manga corta”. Si te dicen que vas, vas. Serpenteamos buscando la sombra por la Alameda, pues a las once de la mañana ya se acerca el termómetro a los 30 grados. El tráfico es sobre todo ruidoso y molesto: invade el silencio, contamina el aire se sube y aparca en las aceras con todo el descaro del mundo. La acera de la derecha está en sombra y la calle es de sentido único; más furgonetas de reparto que me obligan a bajar de la acera, alguna moto sospechosa de llevar el escape libre y las sigilosas bicicletas que zigzaguean por entre las personas convirtiéndolo todo en una jungla.
La semana es fantástica, pero no son muchos los que están en el establecimiento y de ellos miran la mayoría. Se ha acabado el ruido, o mejor dicho se ha transmutado en insípida música ambiental apenas perceptible; la temperatura es inferior a lo aconsejable. Sobre el pecho de la dependienta una tarjeta identificativa dice que se llama Sonia. “¿La talla 4 para mi marido?” “Efectivamente, señora; si quiere le doy una que ya está abierta y se la prueba”. En el probador hay una pareja que discute sobre el largo del pantalón; él no ha debido apreciar que le arrastra por el suelo, pero ella está en los detalles. “Nos llevamos esta, y esta, y esta…” ¡Para, para! “Tú me dejas”. Lo peor es que no desechará ninguna de las que ya tengo y el cajón asignado no da para tanto. ¡Pero por qué tantas, ya estamos casi en otoño! Tú déjame; yo sé lo que hago!
En la calle ya se superan los 30 grados a las doce de la mañana. Busco el intrincado de las calles estrechas, donde la sombra se esparcirá todavía un buen rato. De nuevo el mundanal ruido, los agobios, los irrespetuosos del ceda el paso. ¡Milagro! En un comercio de instrumentos musicales de la plaza de la Gavidia -oído, Reyes, por si te interesa- un cartel ofrece empleo y dice: dájanos tu currículum. Me adentro por la peatonal Spínola y un coche no ha respetado la prohibición; otro anterior está estacionado en medio de la calle descargando y le hace esperar; subo y bajo de la acera. Por fin llego a las puertas del convento de Santa Rosalía: la verja está abierta y un mendigo me abre la puerta facilitándome la entrada, al tiempo que extiende la otra mano.
Por delante del altar barroco, recargadísimo, está expuesto el Santísimo. Los anchos y vetustos muros impiden el ruido exterior y dulcifican la temperatura haciéndola muy agradable, más confortable que la artificial del aire acondicionado. Mi espalda pide reposo, precisamente cuando ante mí se ha abierto un mundo de sosiego y paz. Sólo el dorado retablo está iluminado, el resto del templo permanece en penumbra. Suena por la megafonía armónicos cánticos gregorianos y me quedo mirando fijamente la custodia; pierdo la noción del tiempo. Me siento en un oasis y ni siquiera maquino pensamiento alguno, la mente en blanco. ¿Éxtasis? Tal vez; descanso un buen rato -no sabría medirlo- y me aíslo del mundanal ruido.
Te leo y me gusta hacerlo. La calidez con la que describes esa mañana de compras apenas sin quejarte y en silencio, denota un amor inmenso por la persona que comparte la mitad de tu casa. Te felicito.
ResponderEliminarUn abrazo en la distancia
Francisco, que bello es caminar y ver por tus letras, que manera de describir tu vivir. El alma necesita retirarse del mundanal ruido y que mejor que en el recinto sagrado de una Iglesia. Gracias por compartir amigo. Besos, cuidate mucho.
ResponderEliminarHoy que estamos de fiesta local en Granada, desconozco porqué lo es, son las cosas que pueden hacer los ayuntamientos cuando una fiesta local cae en domingo, te la trasladan a dia que a ellos les sale de ahí. A lo que iba, llevas razón que uno va a donde te diga la mujer, y ayer dijo, ¿vamos a Ikea de Málaga, y aquí me tienes antes de irnos, preparando entradas y escribiendo a blogs amigos.
ResponderEliminarUn saludo
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ResponderEliminarVoy pallá, Paco.
ResponderEliminarDigo, pa la tienda ésa.
Besazo , qué buen paseo y qué bien lo cuentas.
(Soy la reyes).
Estupendo Francisco, esa Paz y el sitio es incomparable. Las Iglesias tienen algo muy especial que nuestros ancestros sabían, con una función única para ser aprovechada y nuestro cuerpo a veces pide.
ResponderEliminarUn abrazo.
Estupenda entrada Francisco. ¿Semana fantástica? ¿Para quién?. Bueno seguramente habrá personas que disfrutarán de ella. ¡Hay gente pa to! Nosotros somos de los sufridos y resignados a padecer estas "excursiones" de vez en cuando.
ResponderEliminarCiertamente las iglesias son un remanso de paz y tranquilidad, lo malo es que, por lo menos por aquí, suelen estar cerradas si no hay culto.
Me voy a las rias baixas una semanita, así que hasta la vuelta.
Un abrazo.
Un paseo de dos entre el bullicio que describes, en Barcelona también ¡ni te cuento!, la sensación de frio intenso de ese comercio a que haces referencia, contrastado con la tempertura de la calle....y esa calle Spinola, que lleva el nombre del Cardenal Spinola, el colegio de mi infancia hasta los 15 años...y por fin ese descanso sin ruidos,oliendo a incienso, en ese convento donde reina el silencio y ofrecen estancias para hospedarse...
ResponderEliminarMe lo he imaginado como si os hubiera acompañado.
Después de todo, una buena mañana.
Del Carrefour vengo con más de 30º a la sombra, a quién se le ocurre irse de rebajas si ya no quedan más que macanas.
ResponderEliminarEl texto perfecto para vestir de gala un día monótono.
Un abrazo Fcº.
Hombre paciente que va con su esposa a las rebajas. Quedan pocos de ese estilo. Bien mereces ese tiempo de sosiego en la casa de Dios.
ResponderEliminarUn beso.
Francisco que hermosa complicidad la que compartes con tu mujer y es que por unos momentos me recuerdas a la que tengo con mi marido que estos días también ha estado regañándome ( pero de forma cariñosa ) por mi falta de inspiración.Esa complicidad con la pareja , hace que se superen ruidos , no ruidos y hasta los 30º.
ResponderEliminarUn fuerte Abrazo.
Me encanta con la sencillez y serenidad que escribes, relatas lo más normal como comprar esa camisa, como algo que se valora de una forma mucho más elevada, sigue esta linea que nos encanta.
ResponderEliminarUn abrazo
La magia de la vida cotidiana. El sosiego que da el alejarse de la vida vertiginosa que nos persigue.
ResponderEliminarUn saludo, compañero.
He gozado con su narración y buen humor.
ResponderEliminarGracias.Y mutis, que las mujeres ya ve...mandan.
Y le comprendo , que ya está en otra onda. El silencio interior vale todo un Reino.
Con ternura
Sor.Cecilia
Parece que ha encontrado su remanso de paz perfecto, tanto para alejarse del "mundanal ruido" como para sumergirse en plena belleza barroca dejando atrás la tosca arquitectura a la que estamos ya acostumbrados.
ResponderEliminar¡Buen descanso!
Espero que te hayas ahorrado mucho dinero en la semana Fantástica. Tuve que hacer un regalo y compre 2x1. Lo malo es el ajetro como dices hasta llegar. Calorazo, autobuses, ceda el paso.
ResponderEliminarNo me extraña que por unos momentos en la paz del silencio te sintieras como San Juan de la Cruz
Tiene toda la razón, las iglesias son como pequeños oasis aislados de la vorágine exterior. Las antiguas, de gruesos muros, aislan del ruido, del calor... Desgraciadamente, no sé por su tierra, pero por aquí salvo para los oficios, están cerradas. Asunto sobre el que se podría hablar mucho. Un saludo.
ResponderEliminarQue divino es leer como cuentas tu día de una manera tal que parece las aventuras de Indiana Jones...besoss
ResponderEliminarA parte de acudir a misa, me encanta ir a la iglesia para reflexionar, son lugares óptimos para ello.
ResponderEliminarUn abrazo !!
¡Nadie tan afortunado como yo: me comprende mi mujer, me comprenden mis lectores, me apoyan los amigos...! Gracias infinitas a cada uno de vosotros; también a Pepita.
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