A Encarni Cebrián
En el jardín, asomándose a
la piscina,
una araucaria escala por
encima de la mirada
elevándose al cielo, con su
cono verde
taladrando las nubes o los
limpios firmamentos
como si buscara las puertas
del Paraíso.
Un cucurucho vegetal y
fornido
con inequívocos genes de conífera:
tronco erecto, firme,
decidido en ascensión sublime,
como un inmenso árbol de
Navidad
que ensaya salmodias de
clorofila al infinito.
Sus hojas como rizomas que
se vencen a sí mismas
cuando viran del verde
permanente
al anodino y mortífero ocre
tostado
y siembra el suelo de
pequeñas culebras.
El tronco, de imposible
escala y piel escamosa,
es competencia que invita a
mirar a lo alto
como quien persigue a un
ángel
en sus trompos y escalas
helicoidales,
mientras imaginamos
acrobacias imposibles
que se pierden dulcemente
por encima de las cornisas,
y con el viento adecuado parece
juguetear
con las estrellas fugaces.
Nada mejor que la silueta estilizada de un árbol que invite a la reflexión.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Es la casa y el árbol de unos amigos, de quienes nos hemos empeñado en ser familia. Gracias, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
Un bonito homenaje a ese árbol que se mantiene erguido.Saludos
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