Ahora que somos mayores,
Beba,
descubramos la divinura de
la paz.
Al menos yo, me siento lejos
de pasar con buena nota la
prueba final
en la que se nos examinará
del amor.
Con frecuencia, renegamos
del estiércol
y detritus, olvidando los
procesos
regeneradores de la vida;
pero, ¿imaginas un campo de
trébol
o de encendidos tomates
o de frutillas como labios
carnosos
sin esa podredumbre en el
subsuelo?
Haber sufrido, haber odiado,
es lo que
nos empuja a amar, ¿me entendés,
Beba?
A desear la paz que a veces
hemos
perjudicado u obviado del
otro.
El odio es esa maceta
fortuita en caída libre
que acierta en tu cabeza
haciendo pleno
y te deja marcada de por
vida,
si es que logras sobrevivir
al impacto.
Por eso, ahora que somos
mayores, Beba,
Perdonémonos a nosotros
mismos
y perdonemos a los demás
para tampoco ser severamente
juzgados.
Ahora que somos mayores,
Beba,
renunciemos al odio
y abracémonos con deleite al
amor.
Y, sobre todo, hagamos uso de la memoria selectiva y no nos regañemos demasiado.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
No nos engañemos nada. Con frecuencia, tenemos más de qué ser perdonados que de perdonar.
EliminarUn abrazo.
Es una filosofía de vida que se debería de practicar siempre, no sólo cuando se es mayor.
ResponderEliminarHemos de pasar por todos los procesos, etapas y sentimientos hasta alcanzar esa paz y plenitud, que conlleva el amor incondicional...La vida espera el fruto, sin duda y en ello estamos, Francisco.
ResponderEliminarOjalá nuestra amiga esté acunada por la paz y el amor incondicional.
Mi abrazo para ella y para ti.
M.Jesús
Estoy de acuerdo con Maria Jesús. Y no todos los mayores son capaces de llegar a ese estado.
ResponderEliminarEsos amores que compartieron gran parte de sus vidas, acompañándose, soñando una vida juntos, viendo crecer el fruto de ese amor, no tienen espacio para el odio, solo para el amor.
ResponderEliminarUn abrazo Francisco.
Ahora que somos grandes... Seamos así de grandes.
ResponderEliminarUn abrazo para los dos protagonistas de mis lecturas más deliciosas.