Era el verano del 56; Pepito, el hijo de “el Jurel” me había invitado a dar un paseo en barca y nos fuimos hacia la Bajadilla. Su padre tenía una traíña fondeada en el puerto –entonces no hacía falta ponerle apellido al puerto porque el pesquero era el único- y lucía como de los barcos más hermosos y arrogantes del amarradero. Era ese tiempo en el que en las playas de Marbella se contaban por cientos las jábegas varadas en la arena esperando la caída del sol. Nos habíamos conocido en el San Ramón, jugando al fútbol, y resultó suficiente amistad para que me invitara junto a otros dos del barrio a conocer el barco del que comía y se sentía orgulloso; un barco de gasoil que resoplaba con su estela de diesel cuando al anochecer se hacía a la mar.
Entre las cuadernas del barco vivían viejas escamas enquistadas y el olor a salitre y óxido se había incrustado como parte indivisa de su ser. En el puente, frente al timón, algunos artilugios que imaginé relojes para ayuda de la navegación. La cubierta atiborrada de redes y aparejos y una gran cantidad de cajas de madera dispuestas para colocar la pesquera de la próxima singladura. A popa una pequeña barca con remos que usaban como auxiliar y un bote con una arboladura de faroles como cebo luminoso para las faenas de pesca.
Desamarramos la barca y enfilamos la bocana. Cuando dejamos el abrigo de la dársena, aquello se movía como una cáscara de nuez en la corriente de un arroyo en crecida. Me vieron aferrado al banco y se fueron lanzando los tres al agua cuando estábamos a varias brazas de la playa. “Tú, ¿no te bañas?” Tuve que confesarles que no sabía nadar y la reacción de ellos no se hizo esperar. De inmediato, como si hubieran recibido una voz de mando, se agarraron por babor y estribor y comenzaron a oscilar la barca en el agua como si fuera un péndulo. A cada envite entraba agua por uno y otro costado; yo cada vez más aterrorizado y aferrado al banco, hasta que consiguieron que cayera al agua, para mi sensación de pánico como si estuviera en medio del océano. No sabía nadar, pero lo puedo contar hoy: manoteé a modo de un perrillo huérfano y no recuerdo de qué forma logré subirme de nuevo a la barca. Fue como un bautismo: no aprendí a nadar, pero perdí el miedo al agua; esto secedió exactamente al levante de la dársena oriental del puerto, donde ahora me encuentro y acudieron a mí estos recuerdos.
Verano del 56..tu época dorada...en pocos años llegaría yo...Y sé muy bien lo que fueron esos días de sol, de paseos en lancha, de recorridos por islas cercanas donde no faltaba una cueva donde inventarle pasados tenebrosos de fieros piratas...Isla de plata se llamaba mi isla preferida, en muchas fogatas cantamos la "impelable "Eva María" de la formula V..,(snif..)
ResponderEliminarTus recuerdos siguen siendo estrellas que no dejan de caer y que me transportan al lugar donde no mueren jamás los sueños...
Feliz comienzo de semana. aunque estando en la playa de vacaciones todos los días son exactamente iguales
Ya me imagino a un barco pirata tirando por la borda a un grumete que le tenia miedo al agua.
ResponderEliminarUn abrazo.
Como lo cuentas, con ese lenguaje tan marinero... parece used un experto capitán de barco, don Francisco y Olé! Jejejeje!
ResponderEliminarBuenos recuerdos, pero con susto incluído!
Y por qué será que los amigos tienen una tendencia tan reiterada a ese tipo de bromas...? Uffff, me ponen de nerviosa! Porque a mí, con lo de las aguadillas me tenían frita!
Hala, a seguir buscando recuerdos entre la arena, las olas y el horizonte...
En Bilbao sigue lloviendo, una lata, ya te digo!
Un besote!
;)
Qué manía tenemos los seres humanos de enfrentar a los demás a sus fobias a la fuerza.
ResponderEliminarA mi madre le da pánico meterse en una piscina, y los que lo saben, no paran de echarle agua para desequilibrarla en el agua.
A mí me ocurre con los animales, tengo pánico, y quien lo sabe, no sólo no lo entiende sino que me amenaza con con ellos.
En fin, qué le vamos a hacer, desquiciados hay en todas partes.
Un abrazo.
Y ahora, seguro que nadas como un campeón.
ResponderEliminarSaludos a todos.
Con lo que yo me mareo en lancha! Recuerdo un paseo maravilloso en torno a la isla de Capri y que hubiera disfrutado mucho más de no ser por mi mareo. En cuanto a lo de nadar, no se me da mejor que a usted, y eso que soy de puerto de mar :)
ResponderEliminarFeliz día, monsieur
Bisous
Gratos recuerdos los que narras!!!! Y conociste a Juanito el Pescador que montó un bar cerca del paseo marítimo???, bastante humilde por cierto pero ese era el encanto para acudir a su local y tomar el mejor marisco fresco!!!!Su simpatía y educación era impresionante. Estuve hace unos años y vi el local cerrado!!!! BESITOS Y SALUDITOS DESDE CÁCERES.
ResponderEliminarHola, Francisco:
ResponderEliminarQué bonitos recuerdos marineros, es muy entrañable volver a los lugares donde fuimos felices y pasamos buenos ratos con los amigos.
Un abrazo, gracias por visitarme.
P.D. Te cuento que el poema de mi última entrada es en realidad una canción que canto en ritmo de balada, pero no tengo un buen sistema de grabación para poder subirla al blog.
Hola, que bello es recordar viejos tiempos. Gracias por compartir tus vivencias, fue un placer leerte amigo. Te dejo un beso, cuidate.
ResponderEliminarbuen recuerdo parece, aun a pesar de las formas
ResponderEliminarbesos