14 octubre 2010

LA SILLITA

La recuerdo encorvada, sentada en su sillita baja junto a la chimenea; remetiendo los palos de la lumbre o removiendo el contenido de la olla humeante; a la mano, sobre el suelo, las tenazas y el abanador; sobre su vestido negro, un delantal de pequeñitos cuadros grises rompiendo el  sempiterno luto; el pelo de nácar, recogido en un moño que aseguraba con una pequeña peina de carey semicurva.


Salvo en el momento de ponernos a la mesa, siempre usaba la sillita para todas las tareas: cuando cosía o remendaba calcetines; cuando con pulcritud inusitada trenzaba los hilos de Tridalia o Angora en largas tiras de ganchillo, o bien con forma de rosas que luego se engarzaban a otras hasta lograr el tamaño del mantel o la colcha deseada, cuando desgranaba la cesta de guisantes o cuando quitaba las hebras a las judías verdes, cuando me tomaba en brazos y me dormía contándome cuentos.

Apenas levantaba dos palmos del suelo. La sillita, como la hermana pequeña de las sillas del comedor, tenía el asiento  de anea, sus cuatro patas torneadas, las dos del respaldo acabadas en forma de bola. No sé cuando desapareció; desde luego después de que muriera mi abuela, pero en ella han quedado fijados El lobo y los siete cabritos, Blancanieves, Los tres cerditos, Periquillo Gemala, El pastor mentiroso…     todos ellos ofreciendo sus lomos en los estantes de la memoria imperecedera, como imborrable es mi abuela  en mi corazón.

7 comentarios:

  1. Es como si pintaras objetos y recuerdos formando a la vez historia, costumbres y afectos que se van olvidando. Me serena el alma leer tus pensamientos. un abrazo.

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  2. Francisco, acabas de describir perfectamente a mi abuela. A pesar de la distancia entre Navarra y Andalucía ¡qué parecido ente una y otra!
    Un abrazo

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  3. Como me ha gustado esta entrada, y además tu forma de contarlo me ha parecido insuperable y muy entrañable.
    No sé si el día de mañana, mis nietos tendrán ese recuerdo dulce y cariñoso que guardas tú de la tuya, espero que si, pues creo que todos los nietos tenemos una abuela a la cual no olvidamos nunca.

    Un fuerte y calido abrazo

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  4. Hola Francisco, yo no tuve la suerte de conocer a mis abuelas, pero si a mi suegra que iba con la sillita a todas partes como tu describes a la tuya. La silla formaba pare de su vida como de otros el bastón. Eran otros tiempos.
    Un bonito recuerdpo.
    Un beso

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  5. Cuántos recuerdos despertaron tus letras en mí...
    Un relato enternecedor lleno del amor que le profesaste.
    Un bello testimonio que nos compartes.
    Muchas gracias!

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  6. La mía, mi abuela también!
    Ay, que me has hecho llorar y no veas cómo!

    Qué forma tan entrañable de recordar a la abuela!
    Abuela, abuelo... a mí se me llena la boca con esas palabras.

    He tenido la fortuna de ser nieta durante muchos años, a los 21 se me marchó el primero, a los 23 el segundo. A los 35 la tercera, la abuela a la que ahora me refiero, y a los 41, la última. Ya llevo casi diez años que no soy nieta y eso me deja como huérfana en algún sentido. Pero los llevo a los cuatro bien guardaditos en mi corazón. De cada uno llevo mucho en mi ser, mi persona, y me enorgullece haberlos tenido como mis raíces...
    Caramba, que me dio llorona!

    Has llegado a tocarnos el alma, creo yo!
    Me ha gustado y emocionado mucho este ecuerdo tuyo!
    Gracias por compartirlo y llevarnos hasta las nuestras, nuestras abuelas!

    Un abrazo enorme!

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  7. Hermosa imagen la que nos describes, tierna y dulce, me conmueven tus relatos. Un abrazote.

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