Che ricordarsi del tempo felice
Nella miseria…
DANTE
Había vivido tiempos de opulencia, de ricos manteles y de sirvientas que con pulcritud y reverencia servían la mesa. En casa no faltaban los invitados, quienes solían ser agasajados con mucho esmero; nada extraordinario, sino con la sencillez y pompa de lo habitual. En las sobremesas, café y licores en el salón, entre risas e historias truculentas o hilarantes de aquellos antepasados que hicieron fortuna en las Américas; en ocasiones, cuando el clima era propicio, algún invitado se acompañaba al piano para entonar un sacrílego lied o un aria vilmente acribillada. Sólo Clarita endulzaba la atmósfera de alcohol, humo y nicotina, cuando sus dedos hacían presente a Frédéric Chopin en uno de sus nocturnos.
Esa noche compartían la misma manta; afortunadamente no corría el agua bajo el puente en esa temporada. A Borja le habían robado el saco de dormir, por un procedimiento similar al que le fueron desapareciendo todas sus pertenencias, pero Diego le guardaba cierta reverencia y gustaba de su compañía y su hablar refinado. Al medio día solían ir a un comedor social, pero por las noches había que estar atentos a los voluntarios que recorrían los arrabales distribuyendo bocadillos y briks de zumo o leche. Para Diego era un misterio cómo su amigo había podido llegar al fangal del arroyo. En su caso, lo tenía muy claro: era su destino; todo comenzó con un cigarrito de hierba, y de la “maría”, paso a paso, se fueron superando las metas hasta encontrarse en el mismo lugar de su pertenencia: el trapicheo, coger y correr, vivir a fuego el presente… la vida. Pero apreciaba cómo el remilgado de su amigo no ocupaba el mismo lugar, aun compartiendo la misma manta e idéntica miseria. Esa noche, cuando el tableteo del puente fue menos intenso, en la medida que había descendido el tráfico de automóviles, mientras se alternaban el tetra de tinto, le preguntó: “¿Borja, qué fue de tu camisa con gemelos y tu nombre bordado en el pecho? ¿Cómo llegaste aquí, cuáles son tus orígenes?” Se hizo un largo silencio; después de un buen rato, se removió bajo la manta y finalmente dijo: “Le faltaban horas a mis días; una papelina me devolvía las energías perdidas… pero créeme, Diego, no hay mayor dolor que recordar los tiempos felices estando en la miseria, ¡dame otro trago!”.
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