09 octubre 2010

SAN DIONISIO


Andaba Dionisio por el Aerópago, en su Atenas natal, cuando escuchó la predicación de Pablo y se convirtió (Hch 17, 34). Pero no es de santidades ni heraldos del evangelio de lo que pretendo hablar, sino que hoy sale el santo en procesión, en mi Ojén del alma y nacencia, sujetándose la cabeza entre las manos y abriendo cuatro días del calendario que siguen fijados en la festividad de mis días gozosos de siempre: es la feria.


Este año no podré estar allí y no puedo evitar que la ausencia se convierta en tortuoso exilio por mucho tiempo que lleve fuera de mi pueblo. La fiesta, el baile en la plaza, las atracciones, los puestos de turrón, la tómbola, el ruido, la música, el compartir con los paisanos…   Echo de menos hoy a mi pueblo y a sus gentes, especialmente a aquellos que ya no volveré a ver jamás, a quienes se fueron y siguen formando parte de mi vida: Migue'lde la Luz y su artesano alumbrado pobre y alegre, Paca Granados y su turrón manual, su esposo José y las avellanas recién tostadas, García y su presencia perenne y dulce en la plaza, Pepe Barranco y su ruleta de la fortuna, Monfrino, el eterno animador del baile, El Tiesto de mis amores…

Es la feria, es el momento de vestir de traje y corbata  –era, ya cambiaron los modos y las modas-, de los zapatos nuevos, del baile hasta la madrugada, de las primeras aceitunas manzanillas, del fino y de las pasas en aguardiente, del pulpo asado, las carreras de saco, las cintas conseguidas desde la bici, la untuosa cucaña, el chocolate con churros de madrugada…  de la vuelta al pueblo de los ausentes. Nunca te olvido, Ojén, pero hoy, más que nunca, me siento extraditado y triste fuera de ti.

1 comentario:

  1. Envidia total para quien tiene ese recuerdo de pertenecer a un lugar, unas raíces claras que evocar con felicidad.

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