Añorada lluvia que no llega
a regar el erial de este
estío,
y aún le resta la
astringencia del membrillo
a este secarral umbrío y
traspillado
que el sol achicharra hasta
agostarlo.
Sed, sed sempiterna, sed extrema
de tus labios en los míos,
perpetuo deseo insatisfecho;
ansias de lluvia de mi
cuerpo en tu cuerpo,
labios cuarteados de
enfermiza sed.
Ardor, sed, calor, fruto
quemado, amargor,
coda recurrente que se
enreda en tu nombre:
dormido o despierto, sed
enfermiza,
ojo avizor a la puerta entreabierta de tu sonrisa,
licencia que invita a la concupiscencia.
Sed, confusión sensorial que
me desorienta
y desborda.
Un placer leer tan bello poema. Saludos.
ResponderEliminarEl gusto es mío, Sandra, por el favor de venir a leerme.
EliminarUn abrazo.
Lo que pasa es que nunca llueve a gusto de todos ni hay agua disponible cuando apetece.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Hay lluvias que apetecen a diario, aunque la mente lleva una velocidad y la física otra distinta y hasta dispar. ¡Ay, Cayetano!
EliminarUn abrazo.
Este verano, sol y calor, ni una gota de agua.
ResponderEliminarUn abrazo.
Y así muchos veranos, Emilio. Y parece que nuestros nietos van a pasar más sed.
EliminarUn abrazo.
Y es que quien ha probado el agua del Nilo, ya no podrá apagar su sed con otras aguas.
ResponderEliminarAy va, ay va..¡qué♡mareo!
Mi abrazo
Las aguas del Nilo, las del Jordán, o las del amor. ¿Qué seríamos sin agua, y qué sin amor, Merche?
EliminarMi abrazo correspondido.
Sed de tierra cuarteada. La peor sed.
ResponderEliminarNo te falta razón, Angalu. Y también es cierto que nada quita la sed como el agua.
EliminarUn abrazo.