Del río, una sangradera, una
acequia
que gana impulso en el
desnivel
y mueve el rotor de la máquina.
A ambos bordes de la acequia
se asoman el musgo y las
pamplinas
viendo el agua al discurrir
y cómo desaparece por la torva
de la aceña y le imprime
movimiento giratorio.
El dispensador de grano es
un discurrir
continuo que acaba bajo las
muelas pétreas
y acaban en flor y afrecho.
Nada de esto saben ranas y
renacuajos
mientras cantan su ocio;
tampoco el junco
en su noble y humilde saludo
a la incesante corriente;
tan sólo el molinero huele
el pan en el agua
y lo sabe saborear antes de
ser masa madre.
Vamos a poner uno en La Charca para que nos anime el día.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Hazle la propuesta a Francesc Cornadó.
EliminarUn abrazo.
Nunca he visto un molino y al describirlo en tus versos me han entrado ganas de conocer uno.Saludos
ResponderEliminarNo es de extrañar. En mi pueblo, cuando yo era pequeño, había tres molinos como el del poema, pero ya hace tiempo que dejaron de existir.
EliminarUn abrazo.
Tampoco los sapos, ni los grillos, saben nada de eso. Las hormigas sí, ellas saben más de trabajo y de todo se enteran.
ResponderEliminarBesos.
Hay todo un mundo vivo alrededor de aquello que observamos y todo él está intercomunicado, aunque no sepamos apreciarlo. Las hormigas y un millón de insectos, símbolos abnegados del trabajo silente.
EliminarBesos.