Se había ocultado el
último resplandor,
el incendio del día acabó
difuminado
y el sofoco de la playa
bostezaba aires nuevos,
acabada la algarabía de
los últimos bañistas.
La mar no tenía sueño
y repetía su melodía
monocorde incesantemente,
como la nana de la abuela, que uno recuerda
para siempre como el mayor
de los tesoros.
En el rebalaje, donde las
olas se rompen
y se hacen polvo de
estrellas y chantillí,
tres cañas enhiestas al
socaire de la fortuna
y un pescador haciendo
guardia.
Desde algún punto cercano,
no visible,
voces insomnes discutiendo
vaguedades,
porfías aplazadas que no
encuentran nunca
la paz y el sosiego de
reconocer lo obvio.
La mar no se apartaba de
su partitura
y aquella salmodia yodada
tapaba todos los poros de
mi entendimiento.
Recostado y abrigado con
la toalla,
que antes había usado de
alfombra,
me dejé llevar por el
recuerdo
de unos versos de
Constantino Kavafis
y me enrolé en su aventura
para siempre:
“y ahora vino
a permanecer en este poema.”
Precioso poema Francisco. Que bonito el ocaso de la imagen.
ResponderEliminarAl final estamos tan ensimismados con la belleza que terminamos formando parte de ella, todo lo demás no existe a nuestro alrededor.
Muy bello.
Abrazos
Mais um poema fascinante de ler. Gostei muito.
ResponderEliminar.
Feliz fim de semana.
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Pensamentos e Devaneios Poéticos
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Que preciosa son las puestas de sol. A mí me anima a fotogafiarlas y a tí te inspira para hacer un bello poema.
ResponderEliminarBesos