Lo recibió con el mismo mimo
que se lo había entregado
aquellas ancianas manos;
el esqueje acababa de ser cortado
de una de las frondosas
macetas.
Al rato era un bebé separado
de su madre:
había perdido toda lozanía
y resultaba dudosa la
efectividad del trasplante.
Optó por colocarlo en un
vaso con agua
y al poco era una vida
resucitada,
un nenúfar flotante en su
medio natural,
sin otra atención
que vigilar el contenido del vaso.
Un día, como por encanto,
aquél tallo
se había llenado de pelusas filamentosas
que trataban de ocupar el
fondo del recipiente;
ante tal resurrección,
decidió plantar el esqueje
en una maceta
y no tardó mucho en que
fuera tan frondosa
como aquella de su origen
y que con tanto amor le
había regalado su abuela.
Las buenas enseñanzas de nuestros mayores hay que plantarlas en nuestro semillero para que fructifiquen. Pero solo las buenas.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Mi mujer le tiene un cariño especial a este coleo por su origen; ella a su vez también ha compartido esquejes que bastantes personas.
EliminarUn abrazo.
Yo tengo muy mala mano para las plantas, aún haciendo exactamente lo que me dicta mi madre al final se las tengo que llevar a ella para que me las resucite. Las madres tienen manos especiales, debe ser el cariño que desprenden.
ResponderEliminarSAludos.
Todos podemos hacer las mismas cosas, pero es verdad que hay personas que tienen buena mano para ciertas cosas y con las plantas pasa algo de eso. Será cuestión de insistir, Manuela.
EliminarUn abrazo.
Así es la naturaleza, si la cuidas un poco ella responde generosamente.Saludos
ResponderEliminarPepita tiene esta planta desde hace muchísimos años y de aquel esquejo han salido multitud de nuevas plantas.
EliminarUn abrazo.