En el secano de los Montes
una casi infinita sábana
blanca,
tirando a rosada,
como olas de espuma
que en enero anuncian el
fruto;
junto al regato, entre
juncos y adelfas,
un grupo de mujeres lavan
y ondean sus ropas impolutas
como manto pulcro de rocío
a ambas orillas de la
corriente.
No hay competencia:
las mismas manos que hoy
lavan
serán recolectoras del
fruto,
cuando el sol haya herido
con el rigor del estío
y el vareador tire al suelo
las almendras,
muchas de ellas con su piel
verdosa agrietada,
ahora un tanto grisácea y
mustia.
En el secano de los Montes,
la vida se expresa en todo
su blancor.
Hay que reconocer que es idílica la imagen poética que nos muestras, pero ya las mujeres no lavan en los regatos de los ríos y no lo hacen, entre muchas causas, porque los ríos vienen cargos de porquería, y en cuanto a la recogida de los frutos, muchas de ellas, te diría que la inmensa mayoría, son inmigrantes, pese a todo, haces recordar unos tiempos pasados que no fueron mejores, pero si que éramos más jóvenes.
ResponderEliminarAunque el hoy es más cercano a lo que tú dices, Emilio, mi intención ha sido hablar de ese otro tiempo donde la mujer, de forma callada, era la verdadera protagonista de un sin fin de tareas y ninguna de lucimiento. Gracias por tu comentario.
EliminarUn abrazo.
El secano a veces da las flores mejores.
ResponderEliminarUn abrazo, Paco.
Es que lo que es capaz de dar el secano es contra tiempo y marea, Cayetano.
EliminarUn abrazo.
A pesar del secano la imagen es preciosa.Saludos
ResponderEliminarMuchísimas gracias, Charo.
EliminarUn abrazo.