El río, en su apacible y lento caminar por esta zona de meandros, me lleva a la desembocadura y allí se produce el salado abrazo con el mar. ¡Oh, la mar, la mar! Una ola turbadora me devuelve a la orilla envuelto en espumas de nácar y arena yodada y rubia, como la media melena dorada de Monalisa, de quien amé sus modales y rasgos nórdicos, sus gestos dulces y su ternura. De repente, creo escuchar la melodía de quince años tiene mi amor, y me encuentro de nuevo en aquel tiempo remoto, de la mano de Manolo y Ramón, que está más cercano de la pubertad que de la juventud, de los sueños que de las vivencias, de toda la vida por delante en la mochila del porvenir. De nuevo, a orillas del río, el tiempo se hace presente y mi sombra se proyecta en el agua con temblores rizados que va ondulando la superficie y permanece en un equilibrio tan inestable como las emociones que evocan los recuerdos. Junto a mí, un niño echa al agua un barco de papel que le acaba de hacer su abuelo y al poco llora viendo cómo desaparece aguas abajo, arrastrado por la suave corriente hacia el mar. Allí, en la playa, de nuevo la vikinga Monalisa, quien vuelve a melarme con su sonrisa de arrope.
Bellos recuerdos , acompañados de una no menos bella fotografía. Feliz domingo
ResponderEliminarYo también ensarto a tu fotografía mis recuerdos no muy lejanos de Sevilla con su Torre del Oro.
ResponderEliminarSaludos
Que buen hallazgo he tenido hoy al asomarme a sus blogs. Sn una delicia y me hace sentir lo escrito.
ResponderEliminarGracias por este intercambio.