Ha llegado el otoño con su sol opalino, enfundado en la gabardina que no pasa de moda, tras los visillos grises de una nebulosa que tiene más de amenaza que de agua, más de turbación y agitación física que del cambio que se le presupone; pero a mí me ha dejado adosado un fuerte dolor de espalda que me ha hecho recordar las manos de Oli.
En la horizontalidad de su camilla, anverso y reverso, he dejado mi desnuda dolencia al cuidado de la robustez de sus manos: dedos ágiles, fuertes como la reja de un arado sutil que surca mi geografía muscular detectando y recomponiendo los desaguisados, arrancando de mí las malas hierbas y binando cada uno de mis músculos y articulaciones. Me ha sometido a dolorosos estiramientos y ha hecho un amasijo de carne entre sus dedos. Como de brujería, cuando levantó sus manos de mi cuerpo, parece como si las dolencias hubieran levitado, ¿o tal vez era yo quien levitaba?
Mientras me manipulaba hemos hablado sin parar; yo, a veces, entrecortadamente entre ayes escapados que saltaban por encima de las palabras. Hemos filosofado sobre lo divino y lo humano -más bien de esto último-, le he subrayado sus errores y ha sabido encajar el golpe con deportividad. Al despedirnos, me ha dado cita para dentro de dos semanas y nos hemos fundido en un abrazo. ¡Que Dios te conserve y te bendiga, Oli, tus manos mágicas!
No dejes de visitar a Oli y que ponga sus manos sobre tu espalda para aliviar esos dolores.
ResponderEliminarA raiz de mi segundo embarazo quedé con la espalda hecha cisco. Estuve mas de 1 año con masajes diarios hasta que se me quitaron, gracias a una excelente masajista Yugoslava, mira que hace ya mas de 30 años y todavia me acuerdo de ella, creo que me acordaré siempre, tenía unas manos milagrosas y además era una gran persona.
Un fuerte y calido abrazo.