23 agosto 2010

RENACER

Cuando creía que la vida me había dado la espalda abandonándome en la postración, comencé a ser más minucioso y a buscarle con ahínco, a apreciar mucho más los pequeños detalles y a agradecer con deleite las cosas inmateriales y simples que antes me pasaban desapercibidas. Observé cómo el sol se hace dorado o de plata antes de su defunción de cada anochecida y cómo renace cada amanecer; reparé en el crecimiento paulatino de las plantas, en su diversidad y colorido, en la gama casi infinita de nubes distintas de cada uno de los días encapotados, en la agitación y velocidad con la que se desenvuelven las personas; entonces decidí acoplarme al ritmo de la vida y renacer de forma radiante cada mañana al alba como una nueva criatura. Él me esperaba, y le dedico la primera media hora de cada amanecida, un diálogo con el que trato de meditar mi vida: pido por las necesidades de conocidos y desconocidos y pongo las mías en sus manos. Y como si de un milagro se tratase, se ilumina mi existencia y renazco tras la muerte transitoria y reparadora de cada noche, para cargar las pilas y vivir el ahora como quien dispone de una ocasión única, un renacer que, como la aurora, es nuevo y genuino cada día.

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