Lloro de alegría, cuando la brisa suave es abanico para mi sofoco
y perfuma con gotas de angostura mis llagas.
Lloro de pena, y trago saliva, cuando la noche no trae sábanas
con las que arropar tanto quebranto en casa de los sin-casa.
Lloro de alegría, cuando el llanto de un niño desahoga su pena,
de repente, como con un resorte, y ríe como quien salda una deuda.
Lloro de pena, ante el despilfarro de tanta abundancia desaprovechada,
sin reparar en que lo que tiramos no nos pertenece.
Lloro de alegría, cuando saludo en la calle a un desconocido
y éste me responde con la cara iluminada.
Lloro de pena, cuando urge el claxon impaciente al anciano
que torpemente quiere cruzar al otro lado de la calle.
Lloro de alegría, cuando mi mano derecha se desprende
y la izquierda -sorda y ciega- no se entera de nada.
Lloro de pena, cuando escamoteo el encuentro de quien no viene a dar
y me siento perdido en el laberinto del egoísmo.
Lloro de alegría, cuando el bombo orondo de una gestante
es el reposadero de las manos que dan vida con su vida.
Lloro de pena, cuando esbozo una sonrisa y halla la mueca ácida
del desprecio como respuesta.
Lloro de alegría, porque sé que Tú esperas a mi puerta a que te abra,
para entrar y cenar conmigo, cosa que suelo aparcar en el olvido.
Lloro de pena, cuando repaso las horas vividas y sólo encuentro
borrones y tachaduras que nunca pasé a limpio.
Lloro de alegría y lloro de pena, porque de óptimo y pésimo,
de cal y de arena, es la argamasa con la que he sido constituido
para bien o para mal, y en esa tesitura me debato.
Y yo canto de alegria cada vez que abro tu página.
ResponderEliminarPoéticas y ciertas reflexiones a las que me uno. Tu pluma es certera y desde el corazón. Beso
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