08 noviembre 2010

LA CORTE DE LOS MILAGROS

Víctor Hugo, en su novela Nuestra Señora de París, hace burla de las argucias de los tramposos  parisinos que se hacían pasar por tullidos, ciegos o sordomudos: pordioseaban durante el día lastimeramente, cerca del famoso mercado de Les Halles, y que por la noche, ¡oh milagro!, recuperaban la salud y la plenitud de los sentidos para convertir en francachela, alcohol y favores sexuales lo ganado con astucia durante el día, engaño al que denominó la corte de los milagros. Con su característico estilete de humor, nuestro genial Valle Inclán utilizó el hallazgo de Víctor Hugo para pintar un retrato de la Corte española de Isabel II con el título de La Corte de los Milagros.


Para algunos, tal vez para demasiados, lo que está sucediendo en la realidad española del momento no esté nada lejos de los milagros descritos por estos dos clásicos de la literatura universal, pero para quienes usamos nuestro tiempo y esfuerzo en estar al lado de aquellos que más sufren, para los que oímos sus lamentos y penurias, el milagro radica en la supervivencia de tantas criaturas, a pesar de la adversidad por la que atraviesan.

Seguramente es más cómodo para nuestra conciencia generalizar que todo es un timo, un engaño, que los que acuden a instituciones de beneficencia o piden a la puerta de los templos o en las calles más comerciales forman parte de esa misma corte de los milagros, y con certeza se cuestionan, ¡vete a saber qué harán por las noches con lo pordioseado! No lo ignoro, no pasa desapercibido para los que somos voluntarios de Cáritas, que algunos mienten más que parpadean y que muchos pinta con tintes exageradamente dramáticos la situación que padecen; pero nosotros sabemos mucho de desahucios, de cortes del fluido eléctrico, de interminables colas en los comedores sociales; también sabemos de la humillación que sufren estas personas quienes les oímos con ánimos de hacer todo lo que esté a nuestro alcance por esa masa de desdichados, cada vez más numerosos, para que vuelvan a ser personas con toda la dignidad que les corresponde.

Créeme, lector, existen filtros en todas las instituciones para poder invertir de forma adecuada y rehabilitadora lo que recibimos de la generosidad ajena. Dijo Jesucristo: “pobres tendréis siempre” (Mt 26, 11), y añadió: “dadle vosotros de comer” (Mc 6, 37). Cuando veas a un pordiosero empinar el cartón de tintorro y arrebujarse en sus escasas pertenencias, no le juzgues a primera vista como cortesano de los milagros, piensa que ese es el único medio a su alcance para entrar en calor. Y sobre todo, lector, ten en cuenta que la pobreza que vemos en las calles es sólo la punta del iceberg de la cruda realidad.

3 comentarios:

  1. Lamentablemente los del tintorro y esas otras muchas madres postizas de niños semidrogados para dar pena en las calles, tapan la realidad que tú cuentas y que sabemos existe. Es duro el momento pero se mezclan muchas cosas que no sabemos/podemos atender de forma privada adecuadamente.

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  2. Estando básicamente de acuerdo contigo, siento no ser partidario de dar a los que piden en las puertas de templos, supermercados etc. Prefiero ser solidario aportando a instituciones como a la que tú prestas tu tiempo y parte de tu vida. Caritas y Cruz Roja merecen todos mis respetos, habrá otras, pero por estas son por las que me inclino. Un abrazo.

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  3. Cuanta verdad tienes en lo que dices, pero a pesar de todo, me cuesta mucho trabajo atender a los que piden por las calles. Como dice Felipe prefiero ayudar a través de instituciones conocidas y fiables. Un abrazo

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