El neo Nobel Mario Vargas Llosa publicó en 1963 La ciudad y los perros, un discurso contra la brutalidad ejercida en un grupo de jóvenes alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado, donde el concepto de la virilidad y la educación castrense malentendida, la vehemencia y la pasión de la juventud se desbocan hasta llegar a una furia, una rabia y un fanatismo que anulan todo síntoma de sensibilidad.
Pero muy otra es la ciudad de los perros a los que aludo, donde la sensibilidad queda igualmente anulada, ya que las leyes y las conductas suelen llevar caminos paralelos, mas casi nunca convergentes. Vivir en el centro histórico lleva parejo algunas ventajas y ciertos inconvenientes. Por una parte, todo aquello que tiene mayor interés lo encuentras a mano, pero las ciudades medievales y de clima riguroso suelen tener un trazado más en consonancia con otros estilos de vida que con los anchurosos espacios que requiere el tráfico rodado; la consecuencia es que las calles del centro tienen unas aceras casi impracticables, las cuales alcanzan el máximo nivel de dificultad cuando los maleducados dueños de los perros sacan a los animales para que hagan sus defecaciones oportunas.
Dada la mala educación cívica, los munícipes ensayaron espacios especiales para que los perros hicieran sus necesidades fisiológicas, pero no han logrado llegar al entendimiento perruno, ya que no debe resultar nada fácil conjugar los instintos animales con la higiene de la ciudad. Es posible que incluso intentaran que los mismos perros, recogedor y escoba en mano, limpiaran los sólidos del suelo, de cuyos resultados no me consta que hayan publicado nada. Llegados a tal punto, existen dispensarios de bolsas diseminadas por toda la ciudad, aunque tampoco esto parece que lo entiendan sus amos -algunos sí- y recojan los excrementos al tiempo que con pulcritud y habilidad den la vuelta a la susodicha bolsa y la depositen en un cubo de basuras.
Como consecuencia de todo lo anterior, los peatones nos vemos obligados a extremar el cuidado de dónde ponemos los pies, y zigzagueamos las aceras, como si de un slalom se tratase, evitando con ello marcar el acerado con la huella de nuestro paso, o lo que aún es peor, dar con nuestros huesos en el suelo tras un resbalón inoportuno. La ciudad de los perros; la ciudad de los desaprensivos. En la ciudad descrita por el Nobel, el silencio imperó como consecuencia del miedo; aquí impera el incivismo con el silencio de las mayorías silenciosas.
Es igual la anchura de las aceras y las calles. En todas partes sucede lo mismo. ¿Y qué decir de los jardines de los parques? Excrementos caninos y niños jugando en ese entorno. Por culpa de los dueños desaprensivos vamos a odiar a los perros que ninguna culpa tienen. Creo que la policía municipal debe ponerse las pilas y que las sanciones sean de escándalo para que haya una conciencia de los desaprensivos dueños a los que incluso se podría incautar el animal y entregarlo a alguien que sepa cuales son sus obligaciones.
ResponderEliminarEs es un tema que me puede. Un abrazo
A mi me pasa lo mismo, no tengo nada en contra de los perros pero si en contra de los algunos amos.
ResponderEliminarHace muchos, muchos años hice un viaje por Suiza y ya pude ver como en las calles había unos postes con bolsas colgadas para que los dueños las cogieran y utilizaran para recoger los excrementos de sus mascotas, y por supuesto lo hacían. Me llamó tanto la atención que me traje una de recuerdo y todavía la tengo guardada
Se necesitan lugares donde poder ir tranquilamente con los perros. Tengo perro. Uso las bolsas etc.etc. pero no puedo en kilómetros, sacar a mi perra para que corra. En otros países se castiga el incivismo de dejar sucias las aceras. Pero coexisten espacios acotados, no solo jaulas para sus necesidades. Difícil tema en lugares donde el precio del suelo vuela. El tener un animal de compañía, como su nombre indica, alivia soledades.
ResponderEliminarPienso que, por el bien del perro y por el bien de los demás, las personas que viven en un piso en el centro deberían pensárselo dos veces antes de embarcarse en la aventura de tener un perro. Un animal necesita espacio y libertad, cosa que nunca encontrará en el centro de la ciudad.
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