LA TOJA, A TOXA

La isla de la Toja está situada al Grove, en el extremo de las Rías Bajas, a unos 30 km de Pontevedra, un lugar idílico al que se accede por un puente desde O Grove. Nosotros fuimos de excursión, pero el gran atractivo de la isla es la calidad de sus aguas terapéuticas y medicinales, además de la afamada fábrica de jabón y productos cosméticos. La historia de todo esto data de hace poco más de un siglo, aunque su existencia es inmemorial.

Cuenta la leyenda que un cura tenía un burro con el que se trasladaba de parroquia a parroquia para decir misa, pero un mal día el burro enfermó y como consecuencia de ello se le caía el pelo. Estaba tan desmejorado que era digno de compasión, mas el cura no quiso matar al animal como le había aconsejado el veterinario para evitarle sufrimientos; entonces resolvió llevarlo hasta la isla y abandonarlo allí. Por entonces aquello era un paraje silvestre, con mucha vegetación, pero totalmente inhabitado. Unos 20 días más tarde, con fuertes remordimiento de haber abandonado al animal, el cura llegó a la isla y buscó al burro para darle enterramiento, pero se encontró que el burro estaba vivo, aunque todo él cubierto de barro seco. Comenzó el cura a limpiarle el barro seco y observó que se le habían curado las heridas y había comenzado a salirme pelo nuevamente. Cuando se enteraron el veterinario y el médico, investigaron aquellas aguas y los lodos, llegando a la conclusión de que se trataba de aguas medicinales y que también serían útiles a las personas.

En 1905, además del Gran Hotel de La Toja, montan en la isla una fábrica de jabón que funcionaría hasta el 2001, cuando la fábrica es vendida a una multinacional alemana. Ésta desmantela la fábrica y la instala en el país teutón, pero llevándose la materia prima de forma periódica para abastecer las necesidades de fabricación. Tan sólo queda de la marca una tienda que, junto al campo de golf, tres grandes hoteles y un lugar paradisíaco, son los grandes atractivos de este agradable paseo.

Como curiosidad, añado que son numerosas las galleguiñas que venden en puesto ambulantes adornos femeninos hechos con conchas marinas, y que también existe una pequeña iglesia, toda ella forrada de conchas de vieiras, sobre las que suelen estampar sus nombre las parejas de enamorados en busca de una eternidad del amor que ojalá se les cumpla.