También conocida como Ciudad olívica, debido a que en el atrio de la iglesia de la Colegiata de Santa María existía desde muy antiguo un gran olivo que fue plantado por los Caballeros monjes Templarios. Después de varios trasplantes, debido a ciertas vicisitudes y al crecimiento de la ciudad, hoy podemos verlo en el Paseo de Alfonso XII, a cuyo pie hay una placa con la promesa que los vigueses hicieron en agosto de 1932 de: “amor, lealtad y abnegación por la ciudad”. Ese olivo forma parte del emblema heráldico de la ciudad.
Era la segunda vez que iba a Vigo y en ambas la presencia de mi amigo Marcial, un madrileño con ascendencia toledana que se galleguizó a finales de la década de los ochenta, otro que como tantos anduvo detrás del trabajo, y como olivo centenario allí echó raíces. Esta vez hubo un desencuentro por aquello del teléfono corporativo, pero que recuperamos en la sesión extra del domingo, cuando se personó en Poio a buscarnos y obsequiarnos con una soberbia comida en Combarro.
Nos llevaron directamente al Castro, desde donde las Cíes son ese paisaje idílico que tratan de mostrar los folletos turísticos en días despejados. Hacía un día radiante y la vista se desparramaba más allá del campo natural de visión como con ansia de interiorizar tanta belleza, al tiempo que el esplendor industrial en los aledaños del porto, tal vez amenazado ahora por esa crisis económica que todos padecemos y que al parecer nadie en concreto a originado; posiblemente el ansia insaciable del más y más. La ciudad se extiende en dirección noreste-suroeste en la orilla sur de la ría de Vigo, a los pies del cerro llamado Monte del Castro.
A pesar de no ser capital de provincia, es la mayor ciudad de Galicia en población y en poderío industrial, algo que podemos decir que nace en torno al puerto y a las actividades conserveras en el primer tercio del siglo XX, al tiempo que muchos otros españoles emprenden destino desde esas mismas aguas para buscar fortuna en el continente americano; más adelante llega el gran avance de la ciudad con la instalación de nuevas industrias como Citroën y el enjambre de empresas auxiliares o complementarias de la automoción que da a la Zona Franca ese marchamo de potestad, crecimiento económico y llamamiento poblacional desde todos los rincones rurales, multiplicando su población desaforadamente.
Aunque no tan fotografiada como San Francisco, su topografía nos hace recordarla por sus calles empinadas y sus descensos. El mercado de La Piedra estaba a esas horas somnoliento, sólo en los aledaños el comercio textil “de marca” y el souvenir mantenían actividad. Era la última hora de la tarde del mismo día en el que en el hotel San Juan nos habían como almuerzo una suculenta mariscada; pero justo cuando volvíamos sobre los pasos hacia la cortina del muelle para iniciar el viaje de regreso, ya estaban las mariscadoras disponiendo sus puestos callejeros de ostras que dejamos aplazar para otra ocasión.
¡Que placentero paseo! ( por los afectos y los paisajes). Una bien llevada crónica que me tomó de la mano para participar de tus vivencias. Sin duda, llevas en los genes eso del cronista español que tan cercano sentimos los latinoamericanos. Y ya ves, aquí estoy de vuelta. Y te dejo mis besos y mis abrazos como "antaño".
ResponderEliminarVigo es la ciudad que me falta por visitar de Galicia. He estado en ella pero sin bajar del coche y es que me había equivocado en la salida de la autovía y tuve que entrar para dar la vuelta. Me atare (¿cómo no?)el mercado de la piedra y su ostras. Tengo que volver otra vez a Galicia. Un abrazo
ResponderEliminarOh, quién pudiera darse ahora mismo un paseíto por Vigo y tomarse unas ostras de aperitivo.
ResponderEliminarMis ganas de conocer Galicia se acrecentan aa golpe de post.
Un abrazo Francisco.
lo dicho Francisco, un cronista de viajes excelente. Solo conozco Madrid, estuve hace un mes mas o menos y me encantó, despues de tus postales dan ganas de volver y seguir conociendo
ResponderEliminarbesos
Estupenda escapada y qué envidia esos marisquitos expuestos.
ResponderEliminarUn beso
Precioso y precioso todo lo que cuentas en esta entrada pero de nuevo me has abierto la gana.... esas ostrassssssssssssssssssss!!!! BESITOS Y SALUDITOS DESDE CÁCERES.
ResponderEliminarHola amigo bloguero,
ResponderEliminarVengo de pasar por otros blogs y al final llegué acá y resulta que estamos muy cerca. Me gusta quedarme en tu morada -con tu permiso- y poco a poco iremos intercambiando opiniones.
Un abrazo desde Lucus Augusti.
Un día es posible que comparta unas docenas de ostras en La Piedra con Elena y Felipe, también con mi prima Liova y con Candi, y con Eva. ¡Quién sabe! Seguiré escribiendo algo más sobre algunos rincones de Galicia, pero no puedo hacerlo de Lugo, lucense Quino. No por ahora, pero sucederá en el próximo viaje.
ResponderEliminarHoy me apetece hacerle una promesa a Laura: escribiré de Madrid por y para ti; de ese modo te gratificaré nuestra amistad con el Atlántico de por medio.
Gracias y un fuerte abrazo a todos.
Estuve en Vigo, pero sólo unas pocas horas; las suficientes para pasear por el puerto, un inmenso mercado de ropa y la calle de las ostras, esas qu se vendían a un euro y que estaban, realmente, buenas. Sigo atentamente tu viaje por Galicia. Saludos, Francisco.
ResponderEliminarBuen recorrido estás haciendo por tierras gallegas. Debe estar lloviendo a placer.
ResponderEliminarUn saludo.
En Vigo viví dos meses largos, durante la mili. Guardo muy buenos recuerdos de aquella ciudad, sus paseos, el mercadillo de La Piedra (allí probé las ostras por primera vez, me tome dos), la ría…, también la gente. Me ha traído buenos recuerdos su artículo de hoy.
ResponderEliminarUn saludo
Hace dias que vengo leyendo tus paseos por Galicia, unas estupendas crónicas.
ResponderEliminarDeseo que sigas bien.
Hace unos añs estuve en Vigo y apenas recordaba nada. De tu ano desempolvé algunos recuerdos borrosos. Lo que menos envidio es el marisco:)
ResponderEliminarBss
Hace años paseé por allí, visité Las Cies y pasé miedo con las gaviotas... y luego comí ostras ahí, justo ahí, donde tú nos has enseñado en la foto.
ResponderEliminarGalicia siempre merece la pena!
Gracias por la curiosidad histórica, que yo desconocía!
Besotes!
;)
Cuántos lugares vamos conociendo gracias a tus crónicas de viaje. Gracias por compartirnos tanta belleza.
ResponderEliminarUn abrazo.
Eres un comentarista esplendido.
ResponderEliminarGalicia siempre bella.
Abrazos.
...yo que deseo viajar mucho, me viene al punto la descripción de lo por usted ya visto y vivido!
ResponderEliminarNo conocía aquello del Olivo!
Gracias por sus crónicas de viaje!
Excelentes!
Gracias!
Un abrazo!
felicitaciones por la excelente cronica de nuestro estupendo viaje por galicia. Creo, leyendo tu narrativaestar todavia alli...Estupendo.... Un abrazo para los 2 de Cloty y Juan.
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