EL DEBATE EDULCORADO

Hoy, cuando sean las 21,30 horas, la televisión nos ofrecerá en directo un debate edulcorado, con sus conservantes y estabilizantes, con el prospecto reglado del laboratorio de los gabinetes pensantes de los dos grandes partidos: tiempos medidos, luces tenues, niveles rasantes, colores no estridentes, trajes a medida y zapatos llamativos, discursos aprendidos, precocinados en las tripas de los sesudos asesores que quieren envolvernos con papel regalo el mensaje que quisiéramos vivo, sin edulcorantes ni espesantes. Pero, además de estar sometidos a la dictadura del dinero, también lo estamos a la dictablanda del look y del power tie.

Lo curioso es que después de tanto terreno neutral, tanto ensayo enseñoreado desde la Academia de la Televisión, acuerdos noctámbulos del qué y el cómo, selección de técnicos, de moderador y una retahíla de etcéteras, resulta que lo dan casi todas las numerosas cadenas de televisión. ¿Quién les habrá contado a los candidatos y a sus preparadores dialécticos que vamos decidir qué hacer con nuestro voto en función de este ensayo general de puesta en escena con trazas de tragicomedia? ¿Cómo pueden pensar que somos tan idiotas que vamos a fijarnos en el color de la corbata o el brillo de la nariz, en el lustre o en la hebilla del zapato, en lo erguido o acomodado que esté el uno o el otro en su asiento?

Parece ser que son trece millones de indecisos los espectadores soñados, pero me temo que con el mucho artificio que están usando en los preparativos, el resultado que veamos, quien lo vea, se parecerá como un huevo a una castaña, o tal vez alcance un sabor tan anodino como sopicaldo instantáneo con conchitas al huevo. ¡Manda conchitas!