ENTERRAR Y DESENTERRAR

La Comisión de expertos para el futuro del Valle de los Caídos ha terminado diciendo, con tres votos en contra,  que sean retirados los restos de Francisco Franco, ya que es el único de los allí enterrados que no falleció en la Guerra Civil. Otros muchos ciudadanos podrían argumentar de forma más contundente e incluso hiriente, pero el pronunciamiento llega cuando el gobierno está en funciones, lo que deja la ejecutoria en el alero de Mariano Rajoy y éste ya tiene suficientes quebraderos de cabeza como para afrontar este tema. Por otra parte, al estar Franco enterrado en una basílica, la última palabra la tendría el Abad de la misma o posiblemente tuviera que asumirla el Papa.

Unos argumentan que trasladar los restos de Franco solucionaría el problema que supone que miles de republicanos compartan mausoleo con su verdugo. Otros en cambio dicen que la exhumación y traslado de los restos de un Jefe de Estado, por incompatibilidad política, resultaría impropia y contribuiría a radicalizar la opinión pública.

Comprendo el dolor de aquellos a quienes molesta la presencia del general, pero eso no significa que sea exclusiva de los que combatieron en el bando republicano. Son casi 34.000 los combatientes de ambos bandos allí enterrados, pero no por ello todos afines a las ideas de quienes les mandaron, sino que en su mayoría víctimas de un reclutamiento para el que en ningún momento contaron con la voluntad de la leva. Hace unos cuarenta años presencié en dicha basílica dos historias bien distintas que me conmocionaron, en familiares de bandos contrapuestos, pero ambas acababan en lágrimas.

Por todo ello, y como resulta que corregir la historia es tan imposible como lograr la cuadratura del círculo, creo que deberíamos dejar que los muertos descansen en paz, los unos y los otros. Tal vez el lugar de enterramiento común con el mismo Franco, venga a ser toda una lección paradójica a la que estamos llamados: el perdón y la reconciliación.