Uno llega a habituarse a lo cotidiano hasta lo insospechado; hasta el extremo que ese aguante a otros puede sonarle a heroicidad, aunque no sea para tanto. Hoy cargo sobre mi espalda a un
residente molesto que en otros instantes pasa desapercibido, salvo cuando -este es el caso de hoy- saca carácter y el dolor crónico se hace más agudo que de costumbre. Un
residente molesto que convive conmigo y que templa el acero de mi cuerpo hasta hacerlo frágil y maleable.
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