30 julio 2010
POR SIEMPRE
He visto el rastro de la muerte en la mirada perdida con la que quieres reconocerme, Miguel, pero las conexiones neurológicas no te permiten pronunciar mi nombre, si bien quiero leerlo en tus labios silenciosos. No obedecen tus manos; se han apagado los estímulos y sólo las muecas de una voz sin voz te permiten comunicarte con quienes te rodean. Hace unos meses se apagó la chispa burbujeante de tus numerosos correos: música, paisajes, pintores, pinacotecas y hasta museos enteros compartidos; geografías universales, ciudades, caminos, pueblos singulares, más música. Tus presentaciones y tus dedicatorias las atesoro como atesoro en mi memoria la capacidad resolutiva manual de tu padre, el artesano de los mil oficios todos ellos desarrollados con perfección. Hace meses que se cortó el modem que nos unía y ya no puedes ponerte ni al teléfono, pero en tu mirada he visto cómo seguimos amándonos, cómo cada uno de nosotros guardamos del otro un recuerdo imborrable que no podremos testar, sino que formará parte de nuestro postrer viaje, con el que nos reconoceremos en el encuentro definitivo, después de que el Padre nos haya acomodado. Nuestro lazos son más fuertes, más indisolubles que nuestra lejana familiaridad, porque están trenzados con nuestras voluntades. Has perdido la mitad de tu complexión física, Miguel, pero no así tu ser singular, genuino, único, irrepetible y destacado por encima de la media. Siempre habitaste por encima de la media, Miguel; eso te llevó a la informática y al estudio de idiomas después de jubilado; te llevó a la fotografía, a la pintura, al placer por el conocimiento. Jamás te has jubilado de la vida, Miguel, aunque ahora la vida te muestra el camino de regreso y vuelves a necesitar las atenciones de un bebé. Pero en la postración, en la indefensión inocente en la que te encuentras, tus ojos hablan de ti todo aquello que callas, que yo interpreto y que siguen siendo por siempre los valores que te adornan. No sabemos ni el día ni la hora, Miguel, pero volveremos a encontrarnos algún día; cuando nos convoquen, ya sabes quién, ya sabes dónde.
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Que triste es ver como los amigos se van yendo así de a poquito. Es muy triste ser testigo de como la enfermedad ha ido robando sus sueños, su memoria y sus recuerdos, y hasta su voz se la lleva, quizás para que no nos cuente lo terrible que es verse apresado por ella.
ResponderEliminarTe acompaño en tu dolor, pues la pérdida de un amigo, por las circunstancias que sean, es siempre muy dolorosa.
Un gran abrazo mi querido Francisco.
Qué hermoso escribe Francisco, aún cuando son textos tan melancólicos como este. Porque hasta en la tristeza hay cierta belleza. Y porque no temo a la muerte y estoy segura que recibe y cobija con una paz y sensaciones hermosas y desconocidas. Solo deseo que su amigo Miguel no sufra, pero cuando marche, como todos lo haremos, esté tranquilo que él estará bien.
ResponderEliminarPoderoso, amoroso mensaje que estoy segura tu amigo leyó en tus ojos. Un abrazo de fuerza y cariño.
ResponderEliminarYo también quisiera tener un amigo como tú, Francisco.
ResponderEliminarSeguro que Miguel se siente orgulloso de que seas su amigo. Un saludo afectuoso.