21 julio 2010

MIS ORÍGENES



Los que tenemos la suerte de tener nuestra mesa informativa servida por Maruja Torres -un lujo que generosamente ella nos ofrece a diario-, no tenemos más remedio que contagiarnos de su necesidad de decir y comunicar cada uno de los aconteceres diarios de nuestra vida. Creo que eres tú, Maruja, quien me incita a contar cada día algún retazo de lo vivido en cada instante. Si para las masas es noticia la separación civilizada de Bono, las vacaciones ibicencas de la Obregón, los exabruptos de Belén Esteban, la inquina de Jorge Javier… para la poquedad de mi ser es todo un acontecimiento encontrarme en este instante en la humilde casa donde nací, toparme con los que aún me conocen y conozco, y estar puntualmente informado a las medias y a las enteras -con repetición-, por el reloj de la iglesia, tan cercana y silenciosa, siempre abierta, siempre ofreciéndose.

Ya nada es igual en Ojén de lo que fue mi lejana infancia, pero persiste la misma luz, el mismo destello blanco; aunque ahora la cal se ha cambiado por pintura plástica, pero sigue la tradición de enjalbegar las paredes de blanco plantando cara al hiriente sol, en un reto eterno con sus destellos luminosos. Ha crecido el caserío y hasta se ha modernizado en sus estructuras y fachadas; ya no hay animales de carga o tiro por sus calles sino Caterpillar y Buldozer, las balconadas son más numerosas, pero sigue habitando el mismo remanso a sólo 8 Km de la bulliciosa y turística Marbella.

En el entorno de mi casa y las calles que circundan a la plaza, revivo mis canicas, el aro, la piola –pídola-, altá, las cuatro esquinas, el recreo de la escuela, el agua incesantemente fresca de Los Chorros, el aroma a pan recién horneado con retamas de romero y lentisco, la escuela, las mañana de domingo y los tres toques de campana llamando a misa, los aires flamencos de la taberna del Portero, el despertar con los trinos de los pajarillos que duermen en las palmeras que flanquean la iglesia, los paseos del atardecer, los juegos en las eras, las primeras caídas de la bicicleta, mis entrañables vecinos, la dulzura de miel de mi abuela durmiéndome con cuentos…

En su iglesia, sobre una vieja mezquita, de una única nave central y un campanario algo romo, todos los sacramentos recibidos: bautismo, primera comunión, confirmación y boda; en su humilde presencia, la despedida hasta siempre de mis padres y abuelos… mi vida entera.

4 comentarios:

  1. Gracias Francisco por compartir un trocito de tu vida, en este caso de tus origenes. Un excelente post como todos los tuyos. Y gracias también a Maruja Torres que te incita a escribir. No pierdas nunca la costumbre de hacerlo, es un gusto leerte.

    Un fuerte abrazo, amigo mio.

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  2. ¡Olé tus c...! El acontecimiento que tan bien describes es lo verdaderamente importante, no las chorradas que tenemos que aguantar diariamente en las noticias.

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  3. Retazos de existencia, tuya y de la ciudad. Todo cambiado, crecido, algo desaparecido, algo igual, como la vida misma. Entrañable tu relato. Un abrazo

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