19 diciembre 2025

MIRAD

 




Mirad, todo lo lleva puesto encima,

salvo un hatillo, un ligero envoltorio

que ni siquiera sueña con ser ajuar,

menos aún a esperar en un armario.


Mirad, vivir en la calle es exhibirse

para que, con suerte, lo vean

y de escalofrío a quien pasa;

es estar entre el gentío y sentirse solo,

ser perito en vientos e inclemencias

y también en inmutables escalofríos;

es orientarse por las cuatro esquinas

y saberse presencia no visualizada.


Mirad, es ser contador de calderilla

y ver como crece el caudal de la intemperie

muy por encima de las resistencias físicas

y la incapacidad para contagiar misericordia;

es perder la identidad, también el nombre,

y asumir las carencias de todo y de todos.


Mirad, su hábitat no carece de lo esencial:

se acondiciona acomodándose al aire libre,

se ilumina de luminosos de los escaparates,

pero también de los astros y estrechas;

bebe de las fuentes públicas y de los vientos

o de algún repulsivo cartón de mal nombre,

y evacúa allá donde la urgencia se abre hueco.


Mirad, no tiene llaves, ni cartera, ni agenda,

aprendió a adecuarse a cada estación;

no se desviste por no perder la caducidad

y su presente es efímero y barbilampiño,

su pasado un mar revuelto y confuso

que conviene mantener en calma,

y su futuro, marcadamente condicional:

a la espera de seguir siendo mañana.


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