A mis años, no me jacto de saber,
más bien todo lo contrario;
es tan inmenso el tránsito hasta el infinito
que cada descubrimiento es una derrota,
una experiencia vital.
La suma de los días me hacen pensar
que no han sido rotundos mis fracasos,
pero sí continuados en el tiempo
a modo de aprendizaje,
como las curvas y los peraltes del camino,
que a veces te asoman al barranco;
pero siempre extrapolables
y capaces de sustituir a por b o por c
para resolver la incógnita.
Nacemos únicos, genuinos,
pero el destino es ser uno más,
y además, solemos titubear errados
en pos de logros que nos llevan al sufrimiento,
al aislamiento, a comenzar de nuevo.
Al final descubres
que verdaderamente nacimos para amar
y se nos va la vida envidiando,
malmetiendo y hasta odiando.
En pocas palabras:
vivir es un tránsito casi a oscuras,
un caminar sorteando dudas
que te llevan desde la ignorancia
hasta el conocimiento en base a la experiencia,
para acabar en el olvido.

Un laberinto la vida. A veces sin hilo de Ariadna que te saque de cada embrollo.
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