La memoria, ese saco con descosidos
donde se atesoran los viejos recuerdos
y también las llagas y las escoceduras,
esa arpillera donde se van recolectando
los frutos del decurso y el acontecer diario,
donde se amalgaman los unos y los otros,
se funden y hasta se confunden
con el paso lento y mortecino de los años.
Un limbo en el que la voluntad
se queda fuera de los márgenes
y es lo ingobernable quien se impone.
En esa aureola amorfa duerme o hace guardia
lo satisfactorio y el despiece de lo odioso,
lo que nos gustaría repetir cada día
y aquello otro a lo que tememos que se repita.
No caben todos los acontecimientos,
pero tampoco somos dueños de la selección:
como una rosa, su fragancia y sus espinas,
el coro, los aplausos y también los abucheos.
No siempre es posible atrincherarse
en el blindaje de una sonrisa blanca
y sobrenadar la espuma de coral
de los inolvidables momentos de gloria.
En la memoria, lo uno y lo diverso,
lo feliz y confortable y también lo abyecto:
a veces una mano sutil que acaricia,
otras un puño erguido y tenso que amenaza.

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