Sentado al borde del calendario,
aguardo la llegada de la noche
para romper los hábitos
y echar las buenas costumbres por la borda:
cenar un banquete, tomar doce uvas
en lugar de un hermoso racimo
y brindar con cava que no me gusta.
Un amuleto, una norma social
dice que es hora de divertirse,
de trasnochar y contagiarse
con lo programado en la televisión:
bostezos, destemplanza, tedio,
somnolencia de noche infinita.
Mañana, quizás resacoso,
comenzará el incumplimiento
de todas las promesas de cambio
que acaban en el vertedero del olvido.
Barajo hacer fila en un coleccionable,
castigar el cuerpo con dietas severas,
militar en una agrupación de pilates,
para acabar enero tropezando en la piedra
del obstinado incumplimiento.
Las ostentosas luces que anunciaban la Navidad
inundan las calles con su despilfarro
hasta que termine el cortejo de los Reyes Magos,
y nosotros en la magia
de esta pompa de jabón de luces y colores,
una perversión que en nada recuerda
al humilde nacimiento redentor.
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