A muy temprana edad,
ya experimenta la adversidad
como imponderable adverso.
Hasta la merienda le ha parecido
un trámite evitable y sin recompensa.
Llueve. La calle, desde la ventana,
es un deseo insatisfecho
y hasta se ve emborronada
y también inalcanzable.
El rigor que puso su madre
en cada palabra le sonó a sentencia
y no admite brecha posible
que permita bajar la escalera:
“¡Hoy no se sale!”
Cae la tarde, la lluvia no es torrencial,
pero tampoco da tregua a un cambio
permisible y divertido.
A tan temprana edad,
ya conoce el sabor amargo de la contrariedad
y aún desconoce que este será
moneda de cambio en el devenir de sus días.
El título de tu entrada me ha recordado el poema de Machado " balada de otoño" incluido en su poemario "Soledades", que comienza "Llueve, detras de de los cristales llueve y llueve, sobre los chopos medio deshojados, sobre los pardos tejados, sobre los campos llueve ...."
ResponderEliminarUn abrazo.