Antes de dormirse,
se apagó la luz de su esperanza
y se echó en brazos
de lo temido e inevitable.
Ahora, sobre su cuerpo,
un espesor insondable de eternidad
como rúbrica ilegible,
sello de lo inamovible,
aunque indeseado.
Se nos olvida el contrato de temporalidad
de esta fugaz permanencia,
pero siempre se hace presente
a su inaceptable vencimiento,
y esa fugacidad de los amaneceres,
que tan temprano se doran, se opacan
y desaparecen en el horizonte,
es un dardo que nos mutila gravemente.
Tu memoria, Chari,
confirma lo irreemplazable de tu dulzura,
pero el mármol de tu memoria
nos devuelve las manos vacías,
acompañado del rictus
de tu sonrisa congelada:
un amor que no se rinde al olvido.

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