A Esther Margarit
Tenemos en común los años vividos,
dos vidas dispares y distanciadas
y los achaques devengados al tiempo,
la suma arbitraria de dos caminos
desiguales en la lejanía
y un punto de encuentro en la lectura.
Esa es la argamasa que nos une,
un silabeo callado,
más bien mímico que musical
con el que sigues mis emociones,
así como mis lamentos y quebrantos.
Un referente común y recurrente:
tu hermano, un gurú de letras sólidas
como sillares de fornida cimentación;
y a su ritmo nos acomodamos
y nos estrechamos en lo imaginativo,
más con el deseo que con la ocasión
a la espera de las oportunidades.
Tenemos en común
el gozo y el disfrute de las palabras.

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