No la encontraba,
pero vivía conmigo, entrelazada
como los cordones de los zapatos.
Lo necesario, cuando se dispone de ello,
es tan sordo como el murmullo de las hojas
en la arboleda,
que tienes que prestarle atención
para oír su música.
Mi monedero no suena mucho,
pero siempre tiene lo suficiente
para consentirme
ese café que me espabila y entona
y me ayuda a mirar la luz del día con plenitud.
No supe que era feliz
hasta que pasé verdaderas dificultades
y allí estaban los mío para arroparme.
No se ve el horizonte desde dentro del agua,
ni siquiera la mar es visible cuando buceo,
ni se aprecia el cielo desde lo pedestre;
no padece hambre quien hace tres comidas al día
ni sabe conjugar la palabra libertad
quien no está o ha estado privado de ella,
o de salud.
El roce diario no me ayuda a valorar mis riquezas,
son las carencias las que nos ponen en búsqueda.