02 febrero 2011

LA HUERTA DEL ABUELO

A él le debo el nombre y el apego a las escasas enseñanzas de la naturaleza que he logrado retener. Sabía de vientos, de las fechas adecuadas de la siembra, de la oportunidad de  cosechar en el momento adecuado, de la interpretación del Almanaque Zaragozano y de los barruntos de los animales y de cómo éstos se anticipaban siempre a los cambios atmosféricos.

Recuerdo un día lejano en el que cavó con mimo un pequeño rectángulo, le puso una buena porción de estiércol, lo envolvió con la tierra recién mullida y dejó caer sobre él semillas de naranjas amargas. Algo que aprendí por mi cuenta observando la naturaleza es la lentitud imparable del tiempo. Aquellas semillas tuvieron más parsimonia que yo impaciencia, pero finalmente salió de aquel suelo un gran número de tallos que el tiempo convertiría en un auténtico plantero, de donde más tarde fue entresacando de los más robustos para trasplantarlos a fin de repoblar de naranjos todo un bancal. Yo no entendía nada. Si el fruto era amargo, ¿qué esperaba el abuelo que dieran aquellos árboles? Dale tiempo al tiempo, fue toda la explicación que me dio en aquel momento.


Un año más tarde, aquellos aprendices de naranjos habían dado un estirón importante, el tronco había tomado un grosor considerable y se habían vestido con una copa nada despreciable. Al salir de la escuela me mandó la abuela a llevarle la merienda. Para mi sorpresa, tijera de podar en mano, estaba acabando con aquellas copas vestidas de aromáticas hojas verdes. Se había provisto de yemas de distintas especies y, navaja en mano, fue injertando aquellos fornidos troncos a partir de la cruceta. Les hacía una incisión con mucho esmero, en forma de T, procurando no dañar la parte leñosa; luego perfilaba y ajustaba el tamaño de la yema, la incrustaba en la piel del árbol y lo ceñía con fibras de palma. No entendía casi nada. Los había desmochado,  había herido con su navaja, a modo de estilete, las tres o cuatro ramas de la cruceta, y luego los había liado como quien cura una herida.

Cuando llegó la primavera no necesité demasiadas explicaciones. Aquellas yemas injertadas a comienzos de enero eran ahora incipientes ramitas que habían reventado las ligaduras de palma y buscaban la verticalidad del sol como abrigo y alimento. El tiempo es más parsimonioso que la impaciencia de un niño, y mi abuelo se acompasaba al tiempo, como un guante a la mano, para enseñarme lo que nunca jamás olvidaré.

13 comentarios:

  1. Abuelos que era sabios. No entendían de isobaras y bajas presiones, pero sabían cuando iba a llover. La experiencia de toda una vida.
    Un saludo.

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  2. Nunca he conseguido que un injerto hecho por mí tomara. Gracias a mi vecino de huerto he conseguido que los ciruelos den melocotones y los membrillos peras.
    Un saludo

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  3. Los abuelossiempre tienen razón hasta que el tiempo hace que la pierdan en muchas ocasiones y es una figura muy importante en la mayor parte de los casos.Un abrazo.

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  4. en casa había un limonero al que le había injertado lima, pero no de la forma que vos contás, eran como dos árboles con un solo tronco.

    de un lado solo limones y del otro sólo limas, pero lo más extraño y fascinante de todo era el sabor de las frutas, una mezcla de ambos

    besos

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  5. También yo tenía un abuelo, una huerta y toda una vida infantil inolvidable en asa huerta.
    Me has hecho recordar y me he emocionado.
    Un beso Francisco.

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  6. Que suerte haber tenido abuelos, disfrutar de sus ensañanzas y sentirse querido con una ternura que solo ellos saben dar. Siempre he envidiado estos recuerdos que no tengo.
    Un beso

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  7. La experiencia enseña a tener paciencia, una lección que a mí aún me cuesta aprender.
    Un hermoso recuerdo, monsieur, envuelto en luz dorada.

    Feliz tarde

    Bisous

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  8. Tampoco conocí a mis abuelos y de las abuelas, sólo a una, pero no estaba ya en sus mejores momentos. Bonito recuerdo el que nos dejas . Un abrazo

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  9. Consigues que tenga nostalgia de cosas que no he vivido. Como para beberse ahora un tetrabrick de zumo vaya...

    Un abrazo Francisco.

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  10. ¡Qué cerca estaban estas personas de la naturaleza! ¡Cómo la conocían y la interpretaban! En estos tiempos, nos vendría bien tomar un poco de la sabiduría que atesoraban.
    Buenas noches, Francisco.

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  11. Me encanta escuchar a los sabios del campo, aquellos que tienen el azote de los vientos y del sol en la cara, porque tienen mucho que enseñar a nosotros, pobres ratas de ciudad.

    Saludos

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  12. Tuviste mucha suerte de tenerle, ahora incluso puedes seguir disfrutando de él con los recuerdos.
    Besos.

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  13. Francisco, me ha gustado muchísimo este post tuyo... entrañable. ¡Cuanto te enseño el abuelo casi sin palabras, dejando que la naturaleza hiciera su labor en los naranjos y en tu alma de niño. Son este tipo de vivencias las que quedan en nosotros por siempre.
    Esa frase: la lentitud imparable del tiempo me conmueve.
    Mi cariño!
    Pd: ¿cómo van las clases de pintura?

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