Otoño. Llega la noche serena,
con su vestido talar y esbelta;
tiene cierta prisa y la urgencia
asociada a la aceleración
del incomprensible cambio horario.
La luna, no al completo,
se asoma por entre las ramas del naranjo
y pone un ramillete de color
en la indolencia de los callejeros.
En mi ventana, anegada de sombras,
las luces furtivas del alumbrado público
adormecen el contraluz natural
con cierto despilfarro de watios.
Se ha hecho el silencio color ébano,
salvo en el bullicioso bar contiguo,
donde los relojes deben estar parados
y la afonía se solventa con destilados.
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ResponderEliminarCon el aviso rojo, aquí estamos dentro de casa confinados por la Dana.
ResponderEliminarUn abrazo.
Espero que la Dana, pase pronto y no provoque ninguna inundación.
ResponderEliminarUn abrazo.
Para mi también es incomprensible el cambio de horario y en la noche me entra cierta nostalgia que no la puedo evitar. Me gustó mucho el poema. Saludos
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