Mañanita de otoño tibia y serena,
cielos bruñidos de grises
y con ecos de añoranza;
copiosa capa de hojas
por el suelo derramadas,
demacradas de color
y con semblanzas dispares,
que se desplomaron solas
o agitadas por la brisa
que bate sobre las ramas.
Justo en la poza de un árbol
una abuela vierte migas
con delicadeza extrema,
y al punto unas cien palomas,
-celosas y desconfiadas-
comienzan a devorar
afanosas el banquete
al que fueron invitadas.
El sol no hiere, tan solo alumbra
la somnolienta mañana
y un conato de gentío,
que luego será hervidero,
prende el fuego de la vida
en su división humana.
En la frondosa Alameda,
bostezando la mañana,
va despertando la vida
colmándola de fragancias.
Yo diría que má que de otoño, ha sido de veroño.
ResponderEliminarLas migas me encantan, pero no las he hecho nunca.
ResponderEliminarUn abrazo.