17 agosto 2018

CRECÍ EN UNA SOCIEDAD DE LA SUBSISTENCIA





Crecí en una sociedad de la subsistencia,
donde la base de la vida
era el pan nuestro de cada día,
si bien, algunos no tenían ni pan.
Un tiempo de ropa heredada
y arreglos transformadores
por medio de las hábiles manos maternas
que, a pesar de la poca escuela,
sabía zurcir y multiplicar las existencias:
una olla donde se cocía lo que daba
la temporada y se repetía insistentemente
hasta agotar la cosecha.
Llevé remiendos en las rodillas
zurcidos en las coderas y el cuello de la camisa
vuelto para no lucir el desgaste del roce;
no heredé ropa de mi hermano
porque era el mayor, pero él quedó saciado
de aquel pueril legado mío
y quizás creció de prisa
para superarme en talla e invalidar
el testamento marcado de la época.
El abuelo tenía una huerta
que luego paso a labrar mi padre
y reconocía las estaciones por sus frutos
mucho mejor que por el calendario.
Quizá por eso, cuando hoy veo
esa desastrosa moda
de romper los pantalones por las rodillas,
establezco un antes y un después
en quienes lucíamos con orgullo las labores
de la hacendosa madre,
y me llevo las manos a la cabeza
cuando pagan más por lo cortisqueado adrede.

4 comentarios:

  1. Creo que muchos de aquellos que superamos los sesenta años, hemos vivido algo de lo que aquí nos cuentas.

    Saludos

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    1. Por supuesto que si, en especial los que ya tenemos los setenta.

      Un abrazo, Emilio.

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  2. Toda mi ropa de niño fue heredada de mi hermano mayor. Así que entiendo perfectamente el sentido de lo que cuentas.
    Un abrazo, Paco.

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    1. Cuando mi hermano fue más alto que yo ya estaba yo trabajando y me compraba la ropa, pero quedó atrás ese tiempo de los remiendos.

      Un abrazo, Cayetano

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