21 junio 2012

DE SEVILLA A CHIPIONA



El autobús dejó atrás los 41 grados de Sevilla buscando un chapuzón en el Atlántico, pero cortés y sinuoso en su despedida, atraviesa el centro urbano de Dos Hermanas sin ni siquiera parar ni subir o bajar persona alguna. Extensiones de olivos en el margen izquierdo y derecho, salpicado de naves industriales, rastrojos amarillos y alguna que otra parcela de girasoles. La A-471 está jalonada de ventas, repartidas de forma estratégica a lo largo del camino. De vez en cuando una rotonda y más rastrojos, un cañaveral delimitando el arcén y un sinfín de cruces de caminos para desvirtuar la orientación. Los Palacios, con su inevitable recuerdo a sabor de los mejores tomates, nos aporta dos nuevos pasajeros. Grandes maizales como de medio metro de altura y pujante desarrollo verde, acequias aéreas como vasos sanguíneos virtuales que beben del Guadalquivir. Ahora, un campo verde de floración amarilla que mira al sol; luego, algodón incipiente y más maíz. Una hilera de eucaliptus delinean el camino y, de repente, una nave con tractores a la puerta: es sábado tarde; el sol en caída y la jornada agrícola concluida o a punto de hacerlo. Aspersores que crean una lluvia artificial y generosa; automatismos o campesinos que estiran el día más allá de los límites naturales. El tendido eléctrico va paralelo al camino y de pronto cruza por los sembrados buscando la rectitud que no tiene la carretera ni las lindes parcelarias. La diversidad colorista de la mezcla de sembrados es una paleta multicolor que abarca toda la gama cromática. Una nueva rotonda nos desvía hacia Las Cabezas de San Juan, encaramada en un otero. Alguien sube y baja; de nuevo un paseo urbano con los sobresaltos de los badenes siempre sorpresivos. El azar ha querido que el sol poniente de por el costado contrario de mi asiento. Ya no vuelven los olivos, pero se repiten los trigos, los maizales, los campos de algodón y remolacha, los girasoles, y se multiplican los aspersores que esparcen sus bondades a la caída de la tarde. Son pocas las casas de labor y muchas de ellas abandonadas; el automóvil ha acercado el campo a la urbe: todo es rural, pero menos. Por la marchen derecha, un pajizo rastrojo tiene esparcidas centeneras de alpacas como bloques salidos de las manos de un cantero. Junto a la acequia, los girasoles son más robustos y en las colinas padecen raquitismo. Nos acercamos a Lebrijas; un enorme silo preside la panorámica en la distancia y una hilera de palmeras encauza la avenida de acceso a la población. Se detiene el autobús junto a un despoblado parque infantil, donde varios abuelos tocados con gorra de visera ocupan los bancos. Sube al autobús una joven con vestido largo y hiyab, sin apenas rasgos visibles; a la izquierda una fila de casas diseñadas con el mismo cartabón y de nuevo en ruta. Un canal de dos metros de anchura por debajo del nivel del arcén, del que se alimentan las acequias; viñas, numerosas viñas y algunas casas nos acercan a Trebujena, comarca vitivinícola de tierra blanquecina sobre la que verdean las viñas. De pronto, en un rastrojo, una cabaña caballar como de unas treinta o cuarenta unidades pastando a placer. No veo el río, pero se intuye cercano y manso camino del abrazo marítimo, el mismo que nosotros buscamos en Sanlúcar; mientras, el campo ha cambiado su fisonomía y aparecen los primeros molinos como gigantes aéreos de la energía. Predominan los trigales a la izquierda y las primeras extensiones de marismas a la derecha de la carretera. El autobús acelera para cumplir con el horario; un rebaño de vacas pasta y muge, vigiladas por las enormes aspas giratorias. En lo alto de una loma, una vieja casa de labranza destruida y a sus pies verdea una viña sobre el gris pálido del suelo. Tras un recodo, una ladera sembrada de placas solares dando cara al oeste. El sol ya no hiere, pero se ha cambiado de acera y me da en los ojos apenas sin fuerzas: estamos en Sanlúcar de Barrameda. Huele a manzanilla o se intuye al leer los numerosos rótulos de sus bodegas. Por el cruce de una calle, sin esperarlo, el mar. Entre bodegas, badenes y rotondas, dejamos la ciudad en paralelo al Atlántico y enfilamos hacia nuestro destino en Chipiona, donde la agricultura se embellece y aroma con la industria de la flor cortada.

15 comentarios:

  1. Magnífica descripción que me ha resultado corta de lo interesante y bien escrita. Enhorabuena.

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  2. Parece que me hubiera subido a ese autobús para ver esos paisajes. Muy bueno, Francisco, pintas con precisión y buen gusto: este texto es toda una galería de pinturas. :)
    Un abrazo.

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  3. Con los calores que se padecen en un bus, lo sorprendente es que puedas detallar cada paso de ese trayecto, de haberlo hecho yo me hubiera entrado un sopor que hubiera despertado en destino.

    Un abrazo.

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  4. Me traes recuerdos de una zona que he visitado alguna vez.
    En Sanlúcar se comen los mejores langostinos de España.
    Y en Chipiona hay un vino dulce de pasas que quita el sentido.
    Un saludo.

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  5. Lindo viaje por esas tierras andaluzas más lindas si cabe, que lo disfrutes amigo Francisco
    Bssss

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  6. Qué viaje más ameno en autobús. Ni siquiera se me hizo pesado.

    Un abrazo Francisco.

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  7. Hace siglos-más o menos :)-que no viajo en autobús y tú lo has pintado de una manera que me dan ganas de ir a tomar uno ahora mismo.
    Claro que el recorrido sería bien distinto!
    Besos.

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  8. Mire qué excursión tan bonita hemos dado con usted. Me representa lugares que aún no conozco, y que algún día quisiera visitar. La próxima vez será con mis propios pies! Bueno, y con el autobús.

    Feliz día, monsieur

    Bisous

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  9. Te deseo feliz estancia. He conocido Chipiona ese año, aprovechando el campeonato de motociclismo de Jerez.
    Sanlucar suele ser el lugar de alojamiento y la Plaza del Cabildo donde recargar tras el viaje. El mercado a abastos es un deleite para los sentidos.
    La luz de Cádiz es especial, como sus playas, como su gente.

    Un beso

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  10. Hola Paco!!! No tener que conducir, que te lleven, tiene como resultado esta maravillosa descripción de un viaje. Besos cariñosos primo!!!

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  11. Que lo pases muy bien. Esa fue mi segunda parada en ,i viaje de novios. Chipiona. La primera Córdoba y luego Portugal.
    Un abrazo

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  12. ¡Que agradable para mí pasear por el sur con tan buen guia! Contemplar ese bello paisaje tan multicolor. Lo que me ha sorprendido es lo de los maizales que hace muchos años no se veian por el sur y si por el norte, sobre todo en Galicia. Aquí casi llegaron a desaparecer y ahora han vuelto y supongo que por el mismo motivo que ahí, no tanto como forraje parar el ganado (que era el uso habitual en Galicia) sino por la amplia gama de insumos industrialesque se obtienen del mismo y al parecer bastante valorados.
    La primera vez que fui a Andalucia (A Sevilla, Cádiz y Córdoba)era el mes de mayo y tengo un recuerdo imborrable de extensos campos verdes cubiertos de amapolas entre plateados olivares.¡Una belleza! Ahora con el riego, la maquinaria industrial, etc. se ve de casi todo en todas partes.
    Un cariñoso saludo.

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  13. Una machadiana descripción de un viaje hacia el Atlántico. Espero vivir en primera persona parte de esos parajes dentro de unos días.
    Un abrazo y a disfrutar de Chipiona.

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  14. Jolines Paco, que bien narrado el viaje. Si es como si hubiera ido a tu lado en el autobus (con permiso de tu señora). Me ha encando como lo has contado, no has perdido detalle. Si aun estas allí que os divirtais y lo pasen de maravilla.
    Cuidadito con el sol que en estos días no respeta a nadie.
    Saludos y un abrazo

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