23 junio 2010

REPÚBLICA

El comentario de mi amigo Joaquín a mi “abanico alfabético”, con motivo del Día del Español, me invita a hablar de la palabra república. Cada palabra -el signo lingüístico-, según Ferdinand de Saussure, contiene una doble cara indisociables entre sí: el significante o sonido de la misma, y el significado o concepto que ese sonido representa para el común de los hablantes. Las palabras son siempre arbitrarias, ya que la relación entre significante y significado no es analógica, sino convencional: los hablantes nos hemos puesto de acuerdo en que tal palabra evoque en quien la escucha o lea un cierto significado, una idea, un concepto.

Pues bien, el significado de las palabras tampoco es inamovible a lo largo del tiempo, sino que el paso de los días hace que evolucione en la sociedad el concepto que primitivamente representaba alguna palabra. No tiene el mismo significado la palabra coche hoy que en el siglo XIX: ahora hablamos de un vehículo a motor y entonces de un carruaje. Así también la palabra república tiene para mí, a lo largo de los días, significaciones bien distintas. En mi lejana infancia de la escuela nacional, era un lugar donde reina el desorden, como aun lo recoge el diccionario en su acepción sexta. En mi juventud, al contraluz de la cueva de Platón, descubrí que se trataba de un sistema político que se fundamenta en el imperio de la ley, o sea, que el pueblo tiene la facultad para el ejercicio del poder, si bien lo pone con su voto en manos de quienes serán los gobernantes. Para Aristóteles son tres los pilares en los que se fundamenta la república: la división de poderes, la participación activa en la política de los ciudadanos, y la representación de todas las clases sociales; en definitiva más o menos lo mismo que lo que en la actualidad es una monarquía parlamentaria.

No creo oportuno que una persona nazca con el derecho genético de encaramarse en la cumbre de la pirámide del poder, más bien me parece más adecuado que sea el pueblo quien dictamine qué persona es la idónea para ocupar el más alto rango, pero a la vista del poco margen constitucional que se les concede a las monarquías parlamentarias y de los muchos errores que cometen los pueblos al elegir a su presidente de la república -léase Venezuela e Italia y las ambiciones acomodaticias de reformar la constitución-, tal vez sea conveniente que la lucha por el poder se conforme con ese segundo escalón figurativo, aunque éste sea el que verdaderamente maneja los hilos.

2 comentarios:

  1. Sin duda, Paco, mi intención al añadir esta bella palabra a tu lista, fue por el significante, tal como pretendí detallar en mi conentario.

    No obstante no rehuyo hablar del significado o concepto de fondo.
    Disiento un poco de lo que dices sobre que los significados son variables. Sí es así en ciertos casos superficiales, pero en este caso la palabra "república" tiene un gran significado histórico y casi constante desde Grecia y Roma hasta nuestros días pasando por la Revolución francesa.
    Como tú sacas a colación una leve comparación con la monarquía, no puedo por menos que no estar de acuerdo por muchísimas razones sobre todo el origen del poder.
    Lo bello de la República, entre otras cualidades, es que muchas veces en muchos países ni siquiera es famoso el presidente que no pasa de ser como un funcionario. Sin duda, no es así en los ejemplos que das de países "presidencialistas" como Venezuela, Italia y.. Francia se te olvida. Pero que le toquen a los franceses se sagrado concepto de República.Liberté, Egalité...
    En cuanto a la Monarquía, prefiero comentar algo mañana en tu anterior artículo sobre las bodas romáticas...aunque se me ha quedado atrasado

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  2. Hola Francisco, pasaba por aquí y he parado un momento. La república como forma de gobierno, tal vez sea si no la mejor forma de gobierno, si que es la menos mala. El problema reside en que cualquier clase de gobierno se ve siempre superado por el ansia de poder de sus gobernantes. Esos señores que poniendo al pueblo como excusa se permiten hacer cosas con las que el pueblo no estaría de acuerdo jamás. Esta es mí humilde opinión. Y si hablamos de gobernantes como los que citas, ya... ¡apaga y vámonos! Un abrazo amigo Francisco.

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